Reportajes y fotos de viajes por todos los países del mundo. Naturaleza, cultura, patrimonio, literatura y tradiciones para encontrar y disfrutar la emoción del viaje.
viernes, 26 de marzo de 2010
México, en azul
miércoles, 24 de marzo de 2010
Con Michel Peissel
martes, 23 de marzo de 2010
En los Mares del Sur
¿Es posible considerar a un cementerio como un símbolo de vida? La respuesta es sí, no, y todo lo contrario, y probablemente dependa, entre otras cosas, de tu momento personal. Yo he visitado más de uno, y siempre lo he hecho como homenaje a la vida de la persona cuyos restos se encontraban allí. Cuando fui a Hiva Oa, una de las islas Marquesas, en medio del océano Pacífico, lo primero que hice fue acudir al cementerio de Atuona, la pequeña capital. Allí están, entre otras, las tumbas de Jacques Brel y Paul Gauguin. La del primero estaba casi oculta entre la vegetación. Unas gardenias habían caído sobre la del pintor.
lunes, 22 de marzo de 2010
EN ÁFRICA CON MIGUEL DELIBES (CON UN LIBRO SUYO).
Al escribir sobre las historias escritas por los isleños de las Blasket me he dado cuenta de que he contado algunas cosas que se han dicho últimamente sobre Miguel Delibes: una escritura sin artificio, un estilo directo y eficaz, el reflejo de un mundo que se acaba, etc.
Hace unos tres años, la revista GEO me pidió que hiciera un reportaje sobre Valladolid. Me dieron carta blanca, podía plantear el reportaje como quisiera. Inmediatamente pensé en Delibes y en su novela El hereje. Pero no quería hacer una guía del tipo “aquí pasa esto, allá vive tal personaje”.
Para no hacerlo muy largo copio la primera parte del texto que se publicó:
“Hace unos meses, al preparar un viaje por África Occidental, metí en la mochila El hereje, la novela de Miguel Delibes ambientada en Valladolid. La escogí sin pensarlo mucho entre las que tenía por casa, esas que esperan el momento que casi nunca llega de hincarle el diente a un libro de 500 páginas. A primera vista fue una de esas elecciones en las que hay mucho de azar y en cualquier caso en las que participa más el inconsciente que la voluntad.
Pero al cabo de varias semanas de vagabundeo me di cuenta de que había habido un factor decisivo en esa atracción del último minuto: necesitaba llevar conmigo -en un largo viaje por países de cultura y tradiciones completamente extraños - algo que me uniera a mí mismo. Ese nexo era la prosa limpia y precisa de Delibes. También, ese mundo profundo de las relaciones humanas que dibuja con las palabras y sobre el que no pasa el tiempo ni se dibujan fronteras.
Durante esas semanas de viaje, por el día me sumergía en el bullicio de la vida diaria de estos países, entraba en los mercados y tomaba transportes colectivos que amenazaban con descuajaringarse en cualquier momento. Así llegué a parques nacionales en los que se puede caminar junto a elefantes salvajes, visité algunas de las construcciones de adobe más fantásticas creadas por el ser humano y recorrí la costa en busca de los recuerdos de los primeros asentamientos europeos en el África subsahariana.
Luego, por las noches, entraba en esa ciudad castellana que Delibes describe con mano maestra: recorría la plaza del Mercado, la Corredera de San Pablo, las calles Mantería y Santiago, o la judería, siguiendo siempre los pasos de Cipriano Salcedo y los demás personajes de la novela. Trataba de imaginarme cómo sería el Valladolid de hace 450 años partiendo de cero, porque -caí en la cuenta de repente- nunca se me había ocurrido visitar la capital de Castilla y León.
Así alternaba entre dos realidades: la actual de unos países lejanos de los que ignoraba casi todo, y la remota de un periodo histórico de la que dominaba algunas claves. Es un curioso ejercicio combinar la observación de la vida cotidiana de los hombres y mujeres con los que me cruzaba -con deseos que podría entender perfectamente pero que viven una cultura distinta y que hablan entre ellos en lenguas que nos resultan absolutamente incomprensibles- con el estudio de una cultura de hace cuatro o cinco siglos, explicada en mi idioma. Dos mundos que en realidad me son ajenos aunque comparto con ambos algunos elementos. El que terminara de leer la novela justo en el vuelo de regreso me hizo pensar que el viaje no había terminado, que algún día debería seguir los pasos de Cipriano Salcedo, el hereje".
La foto está tomada en el palacio de Santa Cruz de Valladolid.
SOBRE IRLANDA
La semana pasada, debido sin duda a un error informático, recibí una invitación para celebrar la festividad de san Patricio, patrón de Irlanda, en la residencia del señor embajador en Madrid. La comida resultó excelente y la acogida, por parte de los anfitriones, muy calurosa. Allí, además de saludar a algunos colegas y sin embargo amigos, tuve ocasión de conocer a dos escritores nacidos en Dublín: Ian Gibson y Denis Rafter.
Esto no es una crónica social, sino una sutil maniobra que me ha llevado a relacionar dos temas que me interesan: Irlanda y la literatura.
Es bien sabido que este país ha ofrecido, en el siglo XX, una de las mayores y mejores densidades de escritores por metro cuadrado de Europa: Joyce, Beckett, Shaw, Yeats, Heaney, etc., etc.
Sin embargo...
Sin embargo, me pongo a pensar, y lo que más me ha gustado de la literatura irlandesa del siglo pasado (además de Dublineses de Joyce) es una colección de libros que compré en The islandman, un bar de Dingle.
Dingle es un pueblecito al fondo de una bahía, muy cerca del extremo de la península más occidental de Irlanda. Todavía puedes ir unos diez o doce kilómetros más por la costa hasta llegar hasta Slea Head, el final de todo. Casi el final. Allí, enfrente, se distingue la silueta de las islas Blasket. “La siguiente parroquia, América”, decían los emigrantes irlandeses cuando embarcaban hacia Estados Unidos y pasaban frente a estas islas. Allí estaba el último faro que verían en Europa.
Las Blasket son seis islas (realmente una y cinco islotes) donde durante unos siglos vivió una pequeña comunidad de pescadores en condiciones ciertamente precarias. Estas personas carecían de estudios y no habían hicieron otra cosa en su vida que trabajar duramente. Siempre a un paso de la hambruna y prácticamente incomunicados del mundo exterior varios meses al año por las malas condiciones de la mar. Pero perfectamente adaptados al medio a través de una cultura tradicional que resultó efectiva durante varias generaciones.
Allí no se hablaba una palabra de inglés. Sólo irlandés. Y probablemente el más puro, lo que hizo que varios antropólogos y lingüistas peregrinaran hasta las islas en las décadas de los años 20 y 30 del siglo pasado para estudiar su lengua y sus modos de vida.
Estos investigadores animaron a varios de los isleños a escribir sus recuerdos, sus experiencias, sus reflexiones. Sabían que estaban frente a un mundo que se acercaba a su extinción.
En sus libros cuentan sus vidas en las islas. Casi ninguno se había alejado nunca más que unas decenas de kilómetros de ellas. Es decir, que no sabían casi nada del mundo exterior. Y no querían convencer a nadie de nada. No sabían lo que es el estilo literario. Sólo pretendían preservar el recuerdo de una forma de vida que se extinguía. Uno de ellos lo dice claramente: “no habrá nadie más que lleve nuestra vida”.
Contaron esas vidas con una precisión y una claridad admirable. Han pasado los años y su recuerdo pervive con toda nitidez gracias a sus relatos. En el bar de Dingle vendían algunos de estos libros traducidos al inglés. Empecé a ojear uno y me compré todos los que tenían: Twenty years a-growing, An old woman's reflections, Peig y The islandman. Éste último debía de ser el favorito del dueño del bar.
SALUDOS
Hola a todos,
Hoy me embarco en esto de los blogs. Desde esta plataforma contaré cosas que me ocurran y se me ocurran. Como algunos no me conocéis y otros tampoco, y mis padres no entran en internet, me presentaré. Soy Ángel Martínez Bermejo. En 2010 se cumplen 30 años de la primera vez que cogí una mochila, una cámara, un cuaderno, unos pocos dólares y me fui de viaje. Tardé en regresar a casa el doble de lo calculado. Desde entonces he parado lo menos posible, a veces lo necesario para organizar las fotos, escribir algunas historias y venderlas al mejor postor. De eso he vivido hasta ahora. Así que (supongo) que aquí escribiré de viajes, de periodismo, de fotografía o de cualquier otro tema/persona/idea que se cruce delante de mí.
Lo poco que sé de periodismo lo he aprendido leyendo, viviendo y rozándome con los que saben más que yo. Uno de ellos (ya prejubilado) me dijo una vez: “cuenta algo de interés en cada párrafo”. Evidentemente no he cumplido siempre ese consejo, pero no lo he olvidado. Veremos si aquí lo consigo.
¡Que me embarco!