Al escribir sobre las historias escritas por los isleños de las Blasket me he dado cuenta de que he contado algunas cosas que se han dicho últimamente sobre Miguel Delibes: una escritura sin artificio, un estilo directo y eficaz, el reflejo de un mundo que se acaba, etc.
Hace unos tres años, la revista GEO me pidió que hiciera un reportaje sobre Valladolid. Me dieron carta blanca, podía plantear el reportaje como quisiera. Inmediatamente pensé en Delibes y en su novela El hereje. Pero no quería hacer una guía del tipo “aquí pasa esto, allá vive tal personaje”.
Para no hacerlo muy largo copio la primera parte del texto que se publicó:
“Hace unos meses, al preparar un viaje por África Occidental, metí en la mochila El hereje, la novela de Miguel Delibes ambientada en Valladolid. La escogí sin pensarlo mucho entre las que tenía por casa, esas que esperan el momento que casi nunca llega de hincarle el diente a un libro de 500 páginas. A primera vista fue una de esas elecciones en las que hay mucho de azar y en cualquier caso en las que participa más el inconsciente que la voluntad.
Pero al cabo de varias semanas de vagabundeo me di cuenta de que había habido un factor decisivo en esa atracción del último minuto: necesitaba llevar conmigo -en un largo viaje por países de cultura y tradiciones completamente extraños - algo que me uniera a mí mismo. Ese nexo era la prosa limpia y precisa de Delibes. También, ese mundo profundo de las relaciones humanas que dibuja con las palabras y sobre el que no pasa el tiempo ni se dibujan fronteras.
Durante esas semanas de viaje, por el día me sumergía en el bullicio de la vida diaria de estos países, entraba en los mercados y tomaba transportes colectivos que amenazaban con descuajaringarse en cualquier momento. Así llegué a parques nacionales en los que se puede caminar junto a elefantes salvajes, visité algunas de las construcciones de adobe más fantásticas creadas por el ser humano y recorrí la costa en busca de los recuerdos de los primeros asentamientos europeos en el África subsahariana.
Luego, por las noches, entraba en esa ciudad castellana que Delibes describe con mano maestra: recorría la plaza del Mercado, la Corredera de San Pablo, las calles Mantería y Santiago, o la judería, siguiendo siempre los pasos de Cipriano Salcedo y los demás personajes de la novela. Trataba de imaginarme cómo sería el Valladolid de hace 450 años partiendo de cero, porque -caí en la cuenta de repente- nunca se me había ocurrido visitar la capital de Castilla y León.
Así alternaba entre dos realidades: la actual de unos países lejanos de los que ignoraba casi todo, y la remota de un periodo histórico de la que dominaba algunas claves. Es un curioso ejercicio combinar la observación de la vida cotidiana de los hombres y mujeres con los que me cruzaba -con deseos que podría entender perfectamente pero que viven una cultura distinta y que hablan entre ellos en lenguas que nos resultan absolutamente incomprensibles- con el estudio de una cultura de hace cuatro o cinco siglos, explicada en mi idioma. Dos mundos que en realidad me son ajenos aunque comparto con ambos algunos elementos. El que terminara de leer la novela justo en el vuelo de regreso me hizo pensar que el viaje no había terminado, que algún día debería seguir los pasos de Cipriano Salcedo, el hereje".
La foto está tomada en el palacio de Santa Cruz de Valladolid.
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