Cualquier tragedia es terrible, pero unas nos llegan más que otras. Cuando lees la noticia de un desastre en un país lejano, te afecta más o menos si conoces el lugar, si has establecido algún lazo emocional con alguno de sus habitantes. De repente, le pones cara, nombre, recuerdos, a lo que es un murmullo lejano dentro del griterío de los titulares, los contenidos del día.
Durante varios días, en este verano, nos llegaron noticias de Ladakh. Inundaciones, muertos, campos arruinados, todas las mañanas en primera plana. Había varios españoles en la zona -haciendo trekking o visitando monasterios-, y de algunos no se sabía nada. Incluso se confirmaron, con nombre y apellidos, los peores temores. Era muy importante.
Evacuados los heridos y cualquiera que se encontrara por la zona, y repatriado el cadáver, la tragedia ha sido evacuada de los periódicos. ¿Ya no es importante? ¿Qué ocurre con los habitantes de la zona?
Yo estaba por ahí hace pocos veranos (aconsejado por un buen conocedor de la zona, Ángel López Soto), y en esa ruleta que es la vida podía haber ocurrido entonces lo que ha pasado ahora. Habría agradecido enormemente el interés y la ayuda de la Embajada española en la India (aunque ya se empiezan a oír voces en contra de ese apoyo: “Allá tú si vas a esos lugares”, dicen algunos, pero eso es otro tema).
Pasé unos días muy felices en Ladakh. Siento no recibir noticias de la situación actual en la zona.
P.D.: un pequeño reportaje publicado en el mes de julio, antes del desastre.
Lo que vende es la tragedia, el impacto del momento. Luego llega el olvido. Una lástima, pero ¿quién se acuerda de Ladakh o de dónde fue el tsunami? ¿Cuánto tardaremos en olvidarnos de Haití?
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