El otro día estaba en la sierra de Guadarrama y fui a visitar a mi amiga Mette Habchi. Mette es una danesa que lleva muchos años viviendo en España dedicándose a diferentes negocios. Tiene una pequeña parcela en el somonte segoviano donde cultiva un poco de todo, desde patatas a calabacines y desde cebollas a maíz pasando por girasoles, judiones y tomates. Casi todo lo que tiene está a la venta, y de hecho muchas cosas tienes que sacarlas tú de la tierra o de la mata. Ahora, en el comienzo del otoño, tiene ya poca cosa, y de hecho va a dar por concluida la temporada un día de éstos.
También tiene fresas y frambuesas.
Qué locura. Las fresas tienen un perfume que parece que le ha echado un spray de aroma por encima. Saben como nunca saben las que compras en el supermercado (lo mismo puede decirse de todo lo demás).
Yo me centré en las frambuesas, que estaban en su apogeo. Es estupendo ir cogiendo las frambuesas, tirando de ellas con suavidad, eligiendo sólo las que están en un perfecto estado de maduración. Un hecho sensual, casi pagano, como de celebración de la naturaleza, lo que tiene que ocurrir en el momento justo del año. Una fiesta para los sentidos.
Mette también cogía frambuesas, y con su pinta nórdica me pareció que podía haber sido la protagonista de Fresas salvajes. En este caso, Frambuesas casi salvajes.
Sugerente título, sugerente entrada.
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