Hace ya muchos años, la primera vez que fui a América, para un viaje de tres meses metí dos libros en la mochila: el South American Handbook (una guía del continente que no se vendía en España y que hábilmente había comprado en Londres unos meses antes) y Pantaleón y las visitadoras, de Mario Vargas Llosa. Recuerdo que, una vez leído, lo cambié en un hotelito de Cuzco por El entenado de Juan José Saer, de forma que cuando llegué a la selva amazónica peruana ya no lo tenía conmigo, pero en alguna ocasión pude asomarme a algunos de los ambientes descritos en esa novela.
Un año después volví otros tres meses a América, también con dos libros, el mismo Handbook y La tía Julia y el escribidor, también de Vargas Llosa, Esta última llegó hasta un hotel-albergue del centro de Lima donde había un mono que mordía a algunos clientes y si salías a la terraza veías toda la fachada picada por los disparos de las batallas callejeras que se libraban en esa época. Creo recordar que lo cambié por Extraños en un tren, de Patricia Highsmith.
Un par de años después la editorial Anaya me encargó un trabajo en la República Dominicana. En Santo Domingo entré en una librería y salí de ella con El hablador. Unos meses después, cruzando Sudamérica en un viaje de cuatro meses, al atravesar Bolivia de camino al nordeste brasileño, en Santa Cruz de la Sierra compré La guerra del fin del mundo, que fui leyendo en los escenarios de la historia.
Varios años después, una noche, en la calle Corrientes de Buenos Aires, en una de esas librerías que cierran casi de madrugada, compré una edición de Conversación en La Catedral con esa estupenda portada de los vasos de cerveza y las colillas humeantes. No lo leí entonces pero unos meses después viajé a Perú con esta novela. Me alojé en un hotel de Miraflores, en Lima. Con el cambio horario respecto a Madrid me desperté antes de la madrugada, así que empecé a leerla. En la cuarta línea aparece esa frase tan conocida “¿En qué momento se había jodido el Perú? ” A continuación aparecía la Plaza San Martín. Veinte años antes, en esa plaza (completamente tugurizada, según el habla local), me habían querido robar con el truco de mancharme la ropa y luego pretender que me ayudaban a limpiarme la mancha, cuando lo que querían era limpiarme la cartera, y me había hecho la misma pregunta.
Hace tres años volví a la República Dominicana con otro encargo, esta vez de la revista Geo, y allí terminé La fiesta del chivo al tiempo que paseaba por algunos escenarios de la novela y todo el mundo me preguntaba si la había leído.
América es el continente que más he pateado, y en numerosas ocasiones lo he hecho con un libro de Mario Vargas Llosa en la mochila. Para mí, el continente y la obra de este gran escritor están íntimamente relacionadas, no entiendo uno sin la otra.
La verdad es que ya era hora de que le dieran el premio Nobel.
Sin duda, ya era hora de que le dieran el Nobel.
ResponderEliminarHoy hemos coincidido en nuestras entradas.
Un abrazo.