Pasamos la frontera a bordo de Montse , el camión de Ratpanat, y entramos en Tanzania. Vamos por una carretera asfaltada cuando de pronto sucede: aparece ante nosotros una inmensa masa de agua: ¿el océano? ¿el mar? No, el lago Victoria.
Es difícil acercarse a esta gigantesca extensión de agua (el segundo lago más extenso del planeta) sin que la mente se te vaya a las historias de los exploradores que buscaban las fuentes del Nilo. Cuántas veces habré imaginado ese momento, en el que llegaría al lago Victoria. Ahora la vida impone sus reglas: no voy a descubrir nada. Pero los sueños son los sueños, y no hay regla de la vida que pueda con ellos (además, “la vida es sueño”...), así que disfruto del momento, de la cálida luz de la tarde que baña en este momento ese pedazo de mundo.
Acampamos a orilla del lago, como debieron de hacer los exploradores que se adentraron por estas tierras. Se supone que fue Speke el primer europeo en llegar, y es el que le dio al lago el nombre de la reina. Cae la noche con la velocidad del ecuador.
Por la mañana saltamos a un barquito y vamos a recorrer un poco del lago. Abunda la fauna: aves acuáticas de todo tipo. Nos cruzamos con pescadores en sus canoas. Nos acercamos a unos de ellos.
-¿Qué clase de pescado han cogido? -pregunta alguien del grupo.
-Es pescado...
Llegamos a una aldea. Hay pescado a secar. Pescado de tamaño mínimo. Las mujeres cargan agua en grandes cubos sobre sus cabezas. La imagen es extraña: parece que cogen agua del mar para beber o lavar. Pero es agua dulce del lago.
Pescadores del lago Victoria. Es difícil acercarse a un pueblo de pescadores en este lago sin que la mente se te vaya a las historias que cuenta el documental La pesadilla de Darwin. Hay que verlo.
Lago Victoria: un sueño, una pesadilla.