Todavía no ha aparecido el sol sobre el horizonte y el mercado flotante de Banjarmasin ya se encuentra en pleno funcionamiento. Las aguas del río Barito se llenan de barcas cargadas hasta los topes con mercancías variadas, sobre todo alimentos frescos, pero también de menaje y enseres, y las transacciones comerciales se desarrollan entre los pasajeros de distintas embarcaciones.
Hay grandes barcazas cargadas de frutas y verduras, recién llegadas después de un viaje de toda la noche desde algún punto del interior de Borneo, entre las que pululan las piraguas manejadas con mano diestra por mujeres tocadas con anchos sombreros de fibras trenzadas. Ellas compran a las barcazas las mercancías que luego revenderán a lo largo del día por los canales del río Martapura, que todavía son una de las principales vías de tráfico en la parte antigua de Banjarmasin.
También hay otras barcas que en realidad son pequeños bares en los que un hombre, en equilibrio inestable, prepara sin descanso humeantes vasos de café y té, que los parroquianos con prisas enfrían añadiendo un poco de agua del río.
Comienza un nuevo día en Banjarmasin, justo donde el Martapura, quebrado en mil canales, desemboca en el Barito. El mar de Java queda a poco más de 20 kilómetros de distancia, pero los canales, las aguas anchas del río y el puerto poblado de los majestuosos barcos de los bugis, los llamados "gitanos del mar", dan un aire marino a esta ciudad, la más importante del sur de Borneo.
Si se siguiera a alguna de las mujeres que han hecho una gran compra de fruta y verdura en el mercado flotante se la podría ver remando por los canales de Banjarmasin, vendiendo su mercancía de casa en casa.
Yo me quedo en mi canoa, pegada a la barca-cafetería, esperando a que se enfríe el té.