martes, 14 de diciembre de 2010

India: Vijayanagar, en Karnataka



A la caída de la tarde, desde la cima de la colina de Hemakuta, se divisaba un paisaje de otro tiempo. El río Tungabhadra, ancho y poderoso, corría entre palmeras y roquedales, desperdigados como en una lluvia de piedras propia del Apocalipsis. Aquí y allá, en este lugar sagrado desde hace cientos de generaciones, resistían al tiempo los restos de un gran imperio. El viento se había calmado y el sol se acercaba al horizonte.
Al caminar cerca de esta cresta descubría a cada paso unas extrañas figuras grabadas en el suelo, en la roca viva. Un hombre, vestido únicamente con un calzón blanco, subía a paso firme la cuesta llevando una bandeja rebosante de ofrendas camino del templo de Krisna. Al pasar me dejó una sonrisa. Todo lo demás era silencio sobre las ruinas de Vijayanagar.
Había llegado en busca de los restos de esta fabulosa “Ciudad de la Victoria”, en medio de un peregrinaje por el sur de la India, atraído por la descripción de Abdu’r Razzaq, un embajador persa que recorrió esta región a mediados del siglo XV. “En Vijayanagar los bazares son inmensos, y se venden rosas por doquier”, escribía, “esta gente no puede vivir sin rosas, y las consideran tan necesarias como la comida”.
Durante dos siglos, del XIV al XVI, esta ciudad fue la capital del reino más poderoso del Deccan, cuando controlaba el comercio de los caballos árabes y las especias indias que pasaban por sus puertos. Pero el lugar ha sido sagrado desde que lo recuerda la historia y la memoria. Incluso desde antes, en los tiempos míticos, cuando era Kishkinda, el reino de los monos. Aquí aparecía de nuevo Hanuman, el mono blanco, el personaje más apasionante del Ramayana, que me fascinaba desde el momento de llegar a la India.
Después del esplendor llegó de golpe, con la traición de sus generales, la decadencia. Los ejércitos enemigos arrasaron palacios, templos, vidas y sueños. Caminar ahora entre los restos de los monumentos reales es un ejercicio de asombro y penas. Los Baños de la Reina, los establos de elefantes, los lienzos de murallas que en otro tiempo protegieron esta capital, nos hablan de un mundo suntuoso y perdido. Hay que imaginar que desde lo alto de Mahanavamia-Dibba el rey contemplaba los desfiles y los festivales, los espectáculos de artes marciales y las peleas de elefantes.
Otro día asistí a las ceremonias del amanecer en el templo de Virupaksha. Luego cruzamos el bazar, salí de Hampi, la aldea que vive a la sombra de tanta historia, y seguí el río. Pasé por templos decorados con escenas eróticas y otros en los que sólo viven monos, y llegué a Vitthala. Este templo, la cumbre artística de Vijayanagar, está poblado de figuras míticas, cada columna es un león, un caballo encabritado, un monstruo terrible. En la soledad del templo, un hombre golpeaba suavemente unas columnas finas con el borde de la mano. Y la vibración del fuste sacaba unas tenues notas musicales que flotaban en el aire cálido de la mañana.
Nota 1. En el número de diciembre de la revista Viajar publico un reportaje sobre Karnataka y Goa con fotos de Ángel López Soto.
Nota 2. Para impedir su deterioro ya no se pueden golpear las columnas del templo de Vitthala.

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