Hay una extraña sensación al recorrer las vastas extensiones de Serengeti y no ver a nadie (ningún humano, me refiero). Es uno de los parques nacionales más famosos -¿tal vez el más conocido?- del mundo, y cientos de visitantes entran en él cada día. Pero la gran mayoría se concentra en unas zonas muy concretas, a poca distancia de los lodges, quedando una gran parte de parque muy poco conocida por los turistas.
Hay una extraña -y muy agradable- sensación al recorrer el Parque Nacional Serengeti y no ver a nadie. Sentir cómo la tarde cae a tu alrededor, sentir el aire que te acaricia en la cara cuando te asomas por encima del techo abierto de Montse, el camión de Ratpanat. Si el camión se detiene y se apaga el ruido del motor, entonces sólo queda el rumor del aire. Miras para allá, y ves jirafas y cebras, miras para el otro lado y ves un par de elefantes, te das la vuelta y ves una manada de ñúes.
Me acuerdo de Bernhard Grzimek, el zoólogo que más contribuyó a proteger esta zona y lograr que se declarara Parque Nacional. Él definió a las planicies de Serengeti como “el último lugar del mundo en el que hoy es posible observar a millones de animales tal y como vivieron sus ancestros hace miles de años”.
Luego el camión vuelve a ponerse en marcha y sigues por una zona en la que, aparte de la pista por la que se circula, no hay asomo de presencia humana. El Sol se pone y no se distingue la luz de ningún lodge. ¿Hacia dónde vamos?
Vamos al campamento que Ratpanat ha montado en esta esquina aislada del Serengeti. Tiendas con cama y ducha. Buena cena. Gin tonics junto a la hoguera. Conversación animada junto a la hoguera. Conversación que se detiene a veces, cuando se oye un rugido: son los leones de los alrededores.
No hay cerca ni tapia alrededor del campamento.
Cuando termina la temporada, todo se desmonta y no queda apenas rastro.
Noches en la soledad de Serengeti.
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