lunes, 26 de diciembre de 2011

Álvaro Cunqueiro, 100 años


El otro día, el 22 de diciembre, fue el centenario del nacimiento de Álvaro Cunqueiro, uno de los más grandes escritores que he llegado a leer. Cunqueiro es autor de una obra única que recorre la novela, el teatro, la crónica y la poesía, parte de ella escrita en gallego y parte en castellano.


Siempre fui un apetecido de sus obras, que mezclan mundos probablemente fantásticos y otros posiblemente reales, donde la ternura se entrevera con acciones disparatadas. De esos personajes que son protagonistas de un libro entero o que aparecen únicamente en dos páginas. A veces soñé con que me hubiera gustado tener la infancia de Felipe de Amancia, que luego fue barquero, o haber tenido la suerte de aquél que con ocho años pasó una noche en la habitación de Madaneda, en la que todo olía a manzana. 


Y qué decir de la Dama Caliela, que se vestía solamente con un cascabel de oro en el tobillo; de ella estaba enamorado Leonís, un paje que buscaba el camino de “Quita-y-Pon”. O de Poliades, el tabernero de Ítaca, el que le dijo a Ulises que mentira es todo lo que no se sueña.


Cunqueiro escribió Las crónicas del sochantre, ambientadas en una Bretaña de Francia fabulada: “Los vivos en Bretaña conocen si los aires que corren son de muertos o no, y le sacan el sombrero a una brisa de mayo, porque adivinan que se trata de la hermosa Ana de Combourg que pasa sonriendo entre las verdes ramas de los abedules. Hay mozos que se enamoran de un aire”.


El sochantre de Pontivy había nacido en Josselin. Ambos son lugares de la Bretaña real, del departamento de Morbihan. Fui para esas tierras con el libro de Cunqueiro en la maleta, así que para recordar a Cunqueiro podemos regresar en los próximos días a esa Bretaña descrita por el escritor sin haber estado en ella. Luego fue una o dos veces, y decía que, efectivamente, Bretaña es tal como él la había soñado, con las piedras en los mismos sitios que él había dicho. Qué tío más grande.


P.D. Hubo un programa de TVE dedicado a Cunqueiro, que se puede ver aquí. 

viernes, 23 de diciembre de 2011

Crazy Horse en Madrid, lección de erotismo con arte

Foto: Antoine Poupel/Crazy Horse

El viaje es un sendero de dos sentidos: lo mismo vas a París que París viene a ti. Esto último es lo que pensé anteayer en el estreno de Forever Crazy, el espectáculo de Crazy Horse en Teatros del Canal de Madrid.

Foto: Antoine Poupel/Crazy Horse
Desde 1951, cuando Alain Bernadin inauguró Crazy Horse, este pequeño cabaret es uno de los nombres que definen a la capital francesa junto a otros nombres igualmente evocadores: Moulin Rouge, Lido...

Foto: Antoine Poupel/Crazy Horse
El espectáculo está formado por una serie de escenas, algunas verdaderas pequeñas obras maestras del teatro musical. En todas ellas hay belleza, claro, y sensualidad, por supuesto, pero sobre todo gracia. Un vestuario en el que participan Ungaro, Lagerfield, Loboutin... Hasta el sofá de labios de Dalí es protagonista destacado de uno de los cuadros: Leçon d'erotisme. La obra de nombres de primera fila del mundo de la moda, de la música, del teatro, de la escenografía y de tantas artes más forma parte de este espectáculo.

Foto: Antoine Poupel/Crazy Horse
Después de unos días escribiendo sobre excursiones en trineos por el hielo y expediciones a glaciares andinos, ya tocaba cambiar de registro.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Tromso: sentirse como Amundsen durante un minuto

Excursión en trineo de perros en Tromso. Foto: ángel M. Bermejo (c)

Ahora que se habla tanto de la llegada de Amundsen al Polo Sur hace 100 años, se recuerda que una de las razones por la que el explorador noruego llegó a su meta antes que Scott fue que eligió bien. Perros en lugar de caballos -que se adaptaron mucho mejor al medio- para tirar de los trineos.
Ahora mismo hay varias expediciones en la Antártida tratando de rememorar la hazaña de Amundsen y su equipo. Pero todas presentan una importante diferencia respecto a la de hace un siglo: ninguna lleva perros para tirar de los trineos.
Ni perros no caballos. Y por una razón fundamental: no se pueden llevar animales a la Antártida.
Por eso, una vez más, el recuerdo de Amundsen no nos lleva al Polo Sur, sino a Noruega: un buen lugar en donde experimentar, aunque sólo sea por unas horas, un recorrido en trineo tirado por perros sobre la nieve.
Cerca de Tromso realicé una pequeña excursión en trineo tirado por perros. No pretendo decir que fuera una experiencia semejante a la de Amundsen, pero sí que es la manera que cualquiera de nosotros puede tener de sentir algo así.

Excursión en trineo de perros en Tromso. Foto: ángel M. Bermejo (c)
Perderse por las soledades blancas.
Oír el roce de las cuchillas de los trineos en la nieve.
Mirarse en los ojos azules de los perros.
Notar el aire frío en la cara.
Apreciar la relación entre los perros y sus cuidadores.
Pasar entre abedules de corteza tan blanca como la nieve.
Oír ladridos, ladridos, ladridos.
Sentir la naturaleza como lo harían los viajeros árticos de hace siglos.
Oler el orín de los perros, que continuamente van dejando la huella aromática de su paso.
Dar un bote al pasar sobre un hoyo
Sentir, aunque sólo sea un momento, el silencio blanco.

Excursión en trineo de perros en Tromso. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
No, nunca fuimos personajes de los relatos de Jack London, ni exploradores del Ártico con trineos de 16 perros, ni mineros en Alaska en los tiempos de la fiebre del oro, ni tramperos en Canadá, ni leñadores de los bosques boreales, ni cazadores, ni correos del zar. Nunca esperamos tres días encerrados en una tienda de campaña a que pasara la tormenta. Pero como la épica es una asignatura que no explicaban en la escuela a la que fuimos, nos contentamos con devorar ávidamente -aunque sean migajas- las oportunidades que nos regala la suerte. Somos conscientes de que para ser felices nos basta con sentir, aunque sólo sea un momento, el silencio blanco.

viernes, 16 de diciembre de 2011

Mack, en Tromso, la cervecería más septentrional del mundo

Cerveza Mack. Foto: Ángel M. Bermejo (c)

Mack es una verdadera institución en Tromso -o Tromsø, como en realidad se escribe-, el “París del Norte”. No es para menos, ya que pasa por ser la fábrica de cerveza más septentrional del mundo.
¿A quién se le ocurriría levantar una fábrica en este remoto lugar del norte de Noruega? Pues a Ludwig Markus Mack, que en 1877 decidió cambiar su panadería por una cervecería. De hecho gastó una pequeña fortuna en ello.
¿Fue una buena idea?
Excelente idea, diría yo. Pongámonos en situación. En la segunda mitad del siglo XIX, Tromso es un activo puerto, el eje alrededor del cual gira todo el comercio del norte de Noruega. Barcos que llegan, barcos que salen, cargados de mercancías. Pieles de foca y carne de ballena, el botín de expediciones de varios meses por las aguas del océano. O muebles, ropas y candelabros traídos de Hamburgo y París. Dinero abundante para todos.

Ølhallen. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Imaginémonos a un recio cazador de focas que ha pasado varios meses en las Svalvard y que desembarca. O a un pescador de bacalao que ha pasado la segunda mitad del invierno en algún secadero perdido y que desembarca. O un explorador que ha invernado en una bahía helada y que desembarca. ¿Todos estos tipos duros están pensando en ir a tomar el té con la señora baronesa?
No. Están buscando un lugar en el que emborracharse. Y aquí el señor Mack fue el más listo. 

Ølhallen. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Esos tipos duros bebían cualquier cosa, cualquier brebaje mezclado con alcohol metílico, loción capilar o lo que fuera que encontrasen. Se hacía necesario fabricar una buena cerveza.
Al principio Mack fabricaba y vendía la cerveza, que se consumía en otros lugares. Pero al final los muelles y las calles era un verdadero botellón. Más de uno aparecería congelado al amanecer (en los meses en que amanece) delante de alguna puerta.

Ølhallen. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Así que al final los de Mack consiguieron la licencia para abrir un local en el que se pudiera beber en condiciones. El local actual, el Ølhallen (el Salón de la Cerveza) abrió en 1928, y poco a poco ha ido adaptándose a los tiempos. Al principio era lo más parecido a una pequeña cueva en donde se bebía la cerveza envuelto en una nube de humo de cachimba. Para evitar líos se ejercía un estricto derecho de admisión, de forma que los alborotadores no arruinaran el buen ambiente. Las mujeres no podían entrar, aparentemente por el mismo motivo.

Ølhallen. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
El Ølhallen se convirtió en el centro de reunión de los marineros y cazadores de paso por Tromso. Se hicieron famosos los contadores de historias, que relataban sus aventuras más o menos verídicas según las cervezas que bebían; si nadie les invitaba la historia quedaba pospuesta hasta nueva ocasión. Había un ambiente jovial, masculino y distendido -seguro que podías eructar y limpiarte la espuma de cerveza de la comisura de los labios con el dorso de la mano sin que nadie te afeara la conducta-, pero era un oprobio ser expulsado por mala conducta del local y tener prohibida la entrada durante un plazo de varios meses. Un oprobio y un aburrimiento ¿Dónde ibas a ir si no?

Ølhallen. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
El Ølhallen fue un lugar vedado a las mujeres hasta los años setenta. El argumento era que sólo había un cuarto de baño, y por tanto no había opción a levantar el veto. Cuando se hizo un segundo baño hubo protestas, pero los nuevos tiempos habían llegado al Salón de la Cerveza.
Resulta tentador imaginar a Amundsen en el Ølhallen, contando sus aventuras a sus compadres, entre pintas de cerveza. Pero no, cuando se inauguró el Ølhallen Roald Amundsen estaba embarcado en su última expedición. Murió el mismo año que se inauguró el Salón.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Roald Amundsen, en el Polo Sur, pero también en Tromso

Monumento a Amundsen en Tromso. Foto: Óscar L. Fonseca (c) 

El 14 de diciembre de 1911, hace hoy 100 años, un equipo de cinco personas dirigido por Roald Amundsen alcanzó por primera vez el Polo Sur.
El noruego Amundsen es considerado el explorador polar más importante de la historia ya que a este logro hay que añadir la primera travesía del Paso del Noroeste y numerosas expediciones más por los alrededores del Polo Norte.

Maqueta del Fram en el Polarmuseet en Tromso. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Más allá de su expedición al Polo Sur (1910-1912, las cosas eran un poco lentas en esos tiempos, y de hecho la noticia de que habían llegado al Polo Sur no se conoció hasta el 7 de marzo de 1912), Amundsen es considerado, como correspondería por lógica a un noruego, un explorador ártico.

Otro monumento a Amundsen en Tromso. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Por ello, en un día como hoy en que todo el mundo mira hacia el sur, yo quiero mirar hacia el norte. Y el lugar al que hay que mirar es Tromso, la ciudad noruega donde Amundsen estableció su cuartel general desde el que preparó muchas de sus aventuras.
A finales del siglo XVIII Tromso era poco más que una aldea de pescadores situada en un buen puerto más allá del Círculo Polar Ártico. Pero en 1794 obtiene el derecho de comerciar directamente con el mundo sin necesidad de tratar con los intermediarios de Trondheim y Bergen. Tromso se convierte de verdad en la puerta del Ártico, el lugar donde se realizaban los negocios de las pieles de foca, de la carne de ballena. Todavía quedan muchos edificios de madera que hablan de esos tiempos, muchos almacenes junto a la orilla.

La casa donde vía Amundsen en Tromso. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
La búsqueda de la huella de Amundsen me lleva a uno de ellos, ahora convertido en el Polarmuseet, el Museo Polar. Es impresionante enfrentarse a la historia de los exploradores del Ártico, de los navegantes de los mares helados, de los cazadores de focas, a sus inviernos entre los hielos y la noche eterna... Seguir las aventuras de Amundsen, de Nansen y de tantos otros, como Willem Barentsz el navegante y cartógrafo holandés que en el siglo XVI exploró el océano Glaciar Ártico, es un ejercicio de admiración ilimitada.

 El Polarmuseet en Tromso. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Pero de todos ellos parece que es el espíritu que impera en las calles de Tromso es el de Amundsen. Hay varios monumentos y una placa señala la casa en la que se instalaba cuando estaba en la ciudad.

Placa que señala la casa donde vía Amundsen en Tromso. Foto: Ángel M. Bermejo (c) 
Sólo queda ir al bar de Mack's, la cervecería más septentrional del mundo (que se encuentra en Tromso) y pedir una pinta para brindar por la memoria de Roald Amundsen y sus compañeros Olav Bjaaland, Helmer Hanssen, Sverre Hassel y Oscar Wisting.

Cerveza Mack, de Tromso. Foto: Ángel M. Bermejo (c) 
Como no estoy allí, brindaré en casa. Pongo en el ordenador el dvd con el material gráfico de la expedición al Polo Sur, que está inscrito por la Unesco en la lista de la Memoria del Mundo, y me dispongo a rememorar una de las mayores aventuras de la historia de la exploración. 

jueves, 8 de diciembre de 2011

Diego Rivera, presente en la vida de México


Mural de Diego Rivera, Palacio Nacional, México D.F. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Entre las primeras entradas de este blog hay dos sobre México: México, en azul y México, en rojo. La primera hablaba sobre el maíz azul y la segunda sobre la grana cochinilla y su uso en las culturas prehispánicas, y cómo lo reflejaba Diego Rivera en uno de sus murales.
Con independencia del carácter que debía de tener este señor, es de admirar su magnífica obra que nos permite adentrarnos en muchos aspectos de la historia y la cultura mexicana, incluso la prehispánica.
Hoy, para recordar el 125 aniversario del nacimiento de Diego Rivera, me he propuesto volver sobre esos temas, para mostrar cómo Rivera refleja muchos de los aspectos de la vida, la de antes y la de ahora, y cómo podemos ver en las calles lo que pintaba en sus murales.
La foto del mural está tomada en el Palacio Nacional, en la plaza del Zócalo, un lugar de visita obligatoria en la capital mexicana. Es verdaderamente interesante pasar un buen rato viendo los murales de Rivera que hacen un repaso de la historia de México. Estaremos de acuerdo o no con la perspectiva que ofrece de esta historia, pero ésta es fascinante. Y bellísima.

Vendedora callejera. México. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
La foto de la escena semejante en la calle está tomada frente a la puerta del santuario de Jesús Nazareno de Atotonilco, a poca distancia de San Miguel de Allende y a unos cien kilómetros de Guanajuato, lugar de nacimiento de Rivera.
Es una delicia visitar uno de los ejemplos más bellos de la arquitectura barroca mexicana y, a la salida, darse un homenaje con la gastronomía popular, la obra de una señora encantadora.
Qué ganas de volver a México.  
P.D.Tanto el Centro Histórico de la Ciudad de México (donde se encuentra el mural) como el santuario y la gastronomía popular mexicana están declarados patrimonio mundial por la Unesco.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Perú: el viaje a Qoyllur Rit'i

 Podría decir que tenía preparad0 hasta el último detalle, con meses de antelación, todo lo referente a la expedición al glaciar de Sinakara y la peregrinación de Qoyllur Rit'i -la que he relatado en las entradas anteriores de este blog: #1, #2 y #3-, pero ello sería faltar a la verdad. Sí es cierto que sabía de su existencia por un reportaje de unos años antes publicado en National Geographic, pero la verdad es que me encontraba en Perú sin que participar en esa peregrinación fuera uno de mis objetivos.
Había llegado unos días antes a Cuzco a la caída de la tarde, y una luna llena inmensa flotaba encima de las iglesias y palacios construidos sobre los muros incaicos. Yo quería preparar el trekking del Camino Inca a Machu Picchu así que el día siguiente, al caminar por una calle vi un cartel de una tienda que alquilaba material de acampada. Una flecha indicaba que se encontraba dentro del patio.
Entré en el patio, donde se acumulaban pared con pared una serie de negocios, la mayoría de servicios turísticos. Entré en la tienda y pregunté si podía alquilar una tienda campaña y un hornillo.
-No señor -me respondieron-, el alquiler de material es en la puerta de al lado. Nosotros somos una agencia de viajes y estamos preparando una excursión fabulosa. Al glaciar de Sinakara, ¡la peregrinación de Qoyllur Rit'i! Salimos mañana.
Me dio la información pero yo quería recorrer el Camino Inca, así que le dije que no me interesaba. Luego, pensándolo mejor, llegué a la conclusión de que podía hacer ambas excursiones, primero la peregrinación y después el trekking. Lamentablemente no disponía de dinero como para contratar la cómoda excursión, así que decidí ir por mi cuenta. Si iban miles de peregrinos, yo también podría.
No sabía la que me esperaba.
Agarré el macuto, compré unas latas de conserva de emergencia y me fui a la estación de autobuses. El ambiente era caótico. Efectivamente miles de peregrinos querían ir a Mayahuani, el punto de inicio de la peregrinación para la mayoría.
Con mi habitual buena suerte en casos semejantes, en medio de todo el barullo encontré un autobús que partía inmediatamente para Mahuayani. Lo que se dice inmediatamente. Subí al autobús y cuando estaba sobre el primer escalón cerraron la puerta detrás de mí. Y no podía moverme: éramos cinco o seis viajeros en los escalones. Yo sólo veía la espalda del que había subido antes y había llegado hasta el segundo escalón sin poder avanzar más.
Al rato, el traqueteo del autobús al pasar por los baches de la carretera fue asentando el contenido de peregrinos y equipajes. Pocos minutos después me señalaron un asiento libre.
-¿Dónde, que no lo veo?
-Sí gringo, en la última fila, y me señalaban la de cinco asientos. Sólo hay siete, puede sentarse ahí.
Así que poco convencido me encastré entre los demás pasajeros, que mantenían una acalorada conversación en la que maldecían al despiadado empresario que amontonaba a los peregrinos en el autobús.
-¡Somos personas, no animales!, protestaban, y somos pobres, sino no iríamos a pedir al Señor de Qoyllur Rit'i.
Al cabo de un buen rato apareció, escurriéndose entre los bultos y las personas, el cobrador. Se armó una buena, y le recriminaban las penosas condiciones de transporte que ofrecía a los peregrinos.
-Pues el que no quiera seguir, que se baje, que estamos en Urcos.
Aproveché la coyuntura y me apeé. Ya había anochecido y la perspectiva de pasar la noche viajando en esas condiciones no resultaba muy atractiva. Hacía un frío de muerte. Caminé sin rumbo entre el bullicio que se había formado alrededor del autobús y me crucé con un grupo de personas disfrazadas de esqueletos que saltaban al son de la música. ¡Una danza de muerte! Algo que ya en Europa ha desaparecido prácticamente se aparecía delante de mí con toda naturalidad. El caso es que después del ambiente vivido en las horas anteriores encajaba de forma bastante coherente.
Pregunté a un señor que pasaba por ahí si sabía de algún lugar para pasar la noche. No, no había alojamiento decente en Urcos, me dijo. El caso es que seguimos hablando un buen rato pues estaba muy interesado en mis peripecias y los motivos por los que había llegado a encontrarme tirado en la calle en una noche semejante. Se despidió de mí con una frase que no he olvidado.
-Habla usted muy bien español, para ser holandés.
Le expliqué las razones por las que hablaba español.
-Ah, entonces, si es español puede ir a pedir alojamiento en la misión. Todos los padres son españoles, seguro que lo recogen.
La solución fue maravillosa. No sólo me acogieron con caridad cristiana sino que encontré allí a una monja española que iba de viaje a la peregrinación, acompañando a un muchacho descarriado del que quería que presenciara el acto de fe de los peregrinos. Tenían coche propio, así que no habría problema. No me podía creer la suerte que tenía.
A la mañana siguiente continuamos camino, ahora cómodamente instalado en el asiento trasero de un pequeño utilitario. Atravesamos aldeas minúsculas en las que la miseria era la condición de vida de sus habitantes. También pasamos por zonas de desolada belleza, vastos espacios abiertos sin el menor signo de vida y donde la pista que seguíamos era poco más que una línea en la ladera de las montañas. Como se estropeara el coche allí lo tendríamos complicado para salir. Cuando íbamos por uno de estos lugares la conversación tomó un cariz delirante.
-Conque eres de Madrid, ¿eh?, me dijo, seguro que no sabes dónde está el Paseo del Cisne.
-Pues claro que lo sé, está en Chamberí, es la calle que ahora se llama Eduardo Dato.
Extrañada, me preguntó cómo era posible que supiera ese dato (valga la redundancia).
-Pues porque he pasado diez años en el colegio de los Maristas que está en esa calle.
Y entonces ocurrió.
La monja pisó de golpe el pedal del freno, y el coche se paró bruscamente. Ella se giró y me miró con mirada amenazante, señalándome acusadoramente con el dedo.
-Entonces tú, tú, tú eras de los gamberros de los Maristas que molestabais a las niñas de las Damas Negras.
Las Damas Negras era el colegio de niñas que estaba al otro lado de la calle, y bueno, es cierto que a veces había expediciones de castigo al salir de clase e íbamos a mojarlas con nuestras pistolas de agua. Tonterías de niños, cosas sin importancia. Aunque tal vez ella, una monja de las Damas Negras, pensaba en otro tipo de molestias. Por un momento pensé que me iba a dejar tirado en medio de la desolada belleza de los Andes, en castigo por un pecadillo de infancia. Por supuesto que lo negué todo. Ella se echó a reír.
-¡Que es una broma, hombre! Aunque seguro que las molestabas.
Después de muchas horas de carretera llegamos a Mahuayani, el lugar donde empezaba la peregrinación. 

lunes, 5 de diciembre de 2011

Perú, Peregrinación al santuario del Señor de Qoyllur Rit'i #3

Peregrinación del Señor de Qoullur Rit'i, Perú. Foto: Ángel M. Bermejo (c)


Aunque el momento más importante de toda la peregrinación es la madrugada del martes de Trinidad, es decir, la antevíspera del Corpus, la llegada de los peregrinos a la hoyada de Sinakara se produce poco a poco en los días anteriores. El domingo se celebra un curioso mercado, el juego de las piedras. Una de las principales motivaciones de los fieles es elevar una petición al Señor de Qoyllur Rit'i, al que se tiene por milagroso.

Peregrinación del Señor de Qoullur Rit'i, Perú. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Para el bien o para el mal. En la ermita se encienden velas con cabellos o hilos de la ropa de las personas a las que se desea castigar. Pero, sobre todo, destaca este imposible mercado de símbolos donde, con papeles que reproducen fajos de billetes se compran dibujos de aquello que se ambiciona, o piedras de forma parecida. Otros imitan mediante la mímica lo que desean realizar. 
Cuando han comprado sus sueños, se dirigen al nicho de la Virgen, convertido en una especie de banco, y depositan los objetos adquiridos o el dinero conseguido. Ya sólo queda esperar.

Peregrinación del Señor de Qoullur Rit'i, Perú. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Pero el rito más estremecedor se desarrolla en el glaciar. Es la madrugada del martes, y antes de que se presienta la salida del Sol, se pone en marcha la comitiva, ajena al frío y al cansancio acumulado. Subo por la cresta inestable de la morrena, a duras penas, porque estamos a más de 5.000 metros de altitud. Los peregrinos, quechuas adaptados durante siglos a los Andes, suben en sandalias, fumando, y todos me adelantan. En un momento alguien me sugiere que no siga adelante. Los gringos, que hemos podido seguir perfectamente todos los actos de la romería, no estamos autorizados a presenciar los ritos secretos que se celebran en las soledades del glaciar.

Peregrinación del Señor de Qoullur Rit'i, Perú. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Se puede ver desde lejos a los ukukus que danzan y corren sobre el hielo, ajenos al frío y al peligro de un accidente mortal. En ese momento no son personas, sino el animal mítico que representan. Después cargan sobre sus espaldas unos enormes bloques de hielo, e inician el descenso con su carga blanca, hacia la ermita. Si la montaña es un apu, una manifestación de lo divino, el hielo que nace en las alturas es también sagrado y goza de propiedades curativas. Cuando se derrita, el agua se guardará celosamente para utilizarla como medicamento.

Peregrinación del Señor de Qoullur Rit'i, Perú. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
A media mañana del martes, después de la última misa, la mayoría de los peregrinos inicia el descenso hacia Mahuayani. Son, sobre todo, los mestizos. Los indios no dan por terminada la peregrinación, y un grupo de unas mil personas inicia la última etapa, hacia la aldea de Tayankani, a más de 30 kilómetros de distancia, por la ladera del nevado Ausangate.

Peregrinación del Señor de Qoullur Rit'i, Perú. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Se camina toda la tarde, y cuando el sol se esconde la comitiva se detiene a rezar. Cuando sale la luna el extraño ejército de la Estrella de la Nieve se pone en marcha en una larga fila. Antes del amanecer los peregrinos se detienen en la pampa de Jatunajaq a esperar. Esperar a que termine la noche más larga del año. Esperar de rodillas a que reaparezca el Sol, para que los hombres no vuelvan a vivir en la oscuridad, como en el comienzo de los tiempos. 

Peregrinación del Señor de Qoullur Rit'i, Perú. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Pero, una vez más, la claridad vuelve a dejarse notar detrás del cerro. Y cuando sale el Sol, después de una larga y temida ausencia, se le adora con un fervor inimaginable. El dios no ha olvidado los hombres.