Llegó el momento de continuar el camino, y un viaje en barco se ofrecía como una buena posibilidad. La verdad es que Banjarmasin es una de las principales puertas de acceso al interior de Borneo, una tierra de ríos poderosos y extensos bosques en la que todavía hay pueblos que viven completamente alejados del mundo exterior. Es una de las islas más grandes y misteriosas del planeta, con montañas que sobrepasan los 4.000 metros de altura. Los ríos, como el Kapuas y el Mahakan, han sido históricamente las vías de penetración en el interior.
Sus selvas espesas -que cada vez lo son menos por la tala indiscriminada de árboles- son, junto a las de Sumatra, el último reducto de los orangutanes. En la oscuridad del bosque florece la rafflesia, la flor más grande del mundo, que puede pesar ocho kilos y medir un metro de diámetro. Los habitantes del interior de Borneo son conocidos como dayaks, aunque también les llaman "cazadores de cabezas" por una antigua costumbre hoy prácticamente abandonada.
Uf, vaya panorama a la hora de plantearse el camino a seguir. El problema no es encontrar un lugar que te interese sino elegir entre los mil que te llaman la atención. Mientras me decido voy por carretera a Martapura, donde se tallan y venden los diamantes que se obtienen en la zona de Cempaka.
Pero, a la hora de salir de Banjarmasin de verdad me voy al puerto y salto a un barco que esa tarde navega aguas arriba por el río Barito y que luego se desvía hasta llegar a Negara. Es una de las mejores maneras de adentrarse, aunque sea someramente, en el interior de Borneo. Quiero ver a unos personajes de los que alguna vez oí hablar: los pastores de esta zona pantanosa, que se mueven en piragua para pastorear a los búfalos.
El viaje en barco estará para siempre grabado en mi memoria: la cocina al aire libre, a popa, junto a la salida de humos del motor; los videos a todo volumen durante toda la noche. Pero también un atardecer sublime encaramado sentado en lo alto de la cabina, con toda la isla de Borneo recogiéndose a mi alrededor.
En Negara estuve en casa de una familia que me invitó con la misma naturalidad con la que aquí se dice la hora a un desconocido en la calle.
Apetece subirse a ese barco... abrazos
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