viernes, 25 de febrero de 2011

Isla de Mozambique I


Fortaleza de São Sebastião. Foto: Ángel M. Bermejo (c)


Se levanta la brisa y los pescadores aprestan aparejos, izan velas y salen a la mar. Primero bordean las murallas de la vieja fortaleza y luego enfilan hacia el estrecho canal que separa su isla de la orilla continental, en busca de algún caladero donde echar las redes. Es el final de la estación seca, las aguas brillan con los colores luminosos del trópico y el aire huele a sal.
Sobre el horizonte se dibujan las siluetas de sus velas latinas, triángulos hinchados por el viento y la historia. Estos barcos son butres, el mismo tipo de navío que lleva dos milenios surcando el océano Índico. El navegante que inspiró los viajes de Simbad el Marino empleó barcos semejantes, porque han variado muy poco en los últimos siglos. Los grandes utilizaban la fuerza de los alisios para las largas travesías entre la costa oriental de África, Arabia y los lejanos puertos de la India e incluso China, y los más pequeños siguen ocupados en tareas simples de pesca de bajura y transporte a lo largo de un litoral en el que casi nunca hubo buenos caminos.
A los embarcaderos de la isla de Mozambique, a la que todos llaman simplemente Ilha (“Isla”), también llegan barcazas de remos desde la costa del continente, que se extiende a sólo tres kilómetros de distancia. Los remeros se animan con cantos acompasados que resuenan en el aire, y la escena tiene algo de antiguo, de otro tiempo. Aunque, en realidad, en la isla de Mozambique todo parece inmerso en el pasado, en la bruma de la historia. Hasta que se construyó en 1966 el puente que la une a tierra firme no transitó coche alguno por sus calles.
Por la Ilha pasó Vasco de Gama en 1498 en su primer viaje hacia la India y encontró un floreciente centro comercial y de construcción de barcos dominado por los árabes. En su muelle vio butres cargados con oro, joyas y especias, y con el tiempo esta isla escondida en el canal de Mozambique, frente a Madagascar, se convirtió en la base portuguesa de su ruta hacia los mercados de especias de Oriente. Se cuenta que a la llegada de Gama el jeque local era Mussa ben Mbiki y los lusos, confundidos, creyeron que así se llamaba la isla. Más tarde, la Ilha dio nombre a toda la colonia portuguesa de la que fue capital. Se construyeron iglesias, mezquitas y templos hindúes. En 1898 cedió el título a Lourenço Marques e inició su camino hacia el olvido.

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