sábado, 26 de febrero de 2011

Isla de Mozambique II


Ermita de São Antônio. Ilha de Moçambique. Foto: Ángel M. Bermejo (c)


Hoy la isla de Mozambique constituye una leyenda viva en el extremo septentrional del país. Es pequeña -no llega a tres kilómetros de punta a punta- y la ciudad la ocupa casi completamente.
En realidad, dos ciudades: la de “piedra y cal” y la de “macuti”, la de coral y la de caña. Dos mundos urbanos completamente diferentes separados por el ancho de una calle. Al norte se extiende la urbe de piedra, un conjunto de casas centenarias, una gloria arquitectónica mordida por el salitre y la fuerza de las raíces que transmite una profunda sensación de melancolía.
Hay recias mansiones coloniales, iglesias blancas que mezclan adornos barrocos, árabes e hindúes, soportales que protegen del sol tropical, terrazas abiertas a la brisa del océano, grandes almacenes de los comerciantes de antaño, veredas sombreadas por casuarinas e higueras bravas. Todo construido en el mismo estilo durante siglos, creando una armonía inigualable. Muchas edificaciones pasarían desapercibidas si se las trasladase a cualquier pueblo del Algarve portugués. Casi ninguna tiene menos de cien años. Ahora la ciudad de “piedra y cal” está casi deshabitada, como un espectro de su propia grandeza. Los poetas mozambiqueños le dedican “versos de sal y olvido”.


Pescadores en Ilha de Moçambique. Foto: Ángel M. Bermejo (c)


Se cruza una calle y aparece la ciudad de macuti, hecha de bambú y mangle. Aquí no hay antiguas casonas ni el más mínimo recuerdo de pasado esplendor. Parece cualquier aldea africana con casas de zarzo recubierto de argamasa y tejados de hojas de cocotero. Las puertas se abren al exterior, donde las mujeres tocadas con pañuelos de colores extienden sobre la arena pescado para secarlo al sol, muelen grano, conversan, cocinan y cuidan de los niños. Muchas cubren su rostro con una mascarilla blanca o amarilla, una pasta vegetal de tamotamo que les confiere un aspecto fantasmal. Aunque sea fácil imaginar que forma parte de un rito ancestral no es más que una crema de belleza.

1 comentario:

  1. Curioso tratamiento de las fotos. Me gusta.
    Y como siempre buena historia.

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