Vegetación junto a la mesa del desayuno. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
De repente, me sale un encargo de una revista y me vengo a México. Ahora escribo desde la Riviera Maya, esa región hiperturística de la costa de la península de Yucatán. Veremos qué tal se da.
Llegué anoche en un vuelo directo de Madrid a Cancún. Perfecto, pero el cambio horario se siente el cansancio.
El viaje en autobús desde el aeropuerto hasta el hotel, de más de hora y media, cansado, con la hora del sueño vencida, es un recorrido por la oscuridad del campo, con la lentitud legendaria de los buses mexicanos por las restricciones en la velocidad, y es -exagerando un poco- como flotar en el tiempo. Un vuelo largo en avión es entrar en una cápsula ajena al resto del mundo, pero lo de este autobús, con esa obnubilación que produce el cansancio, es como permanecer ajeno al tiempo. Se ve el mundo de forma ligeramente diferente al estado de vigilia normal, como cuando tienes unas décimas de fiebre
Esta mañana, primer contacto con el mundo al salir a la terraza de la habitación: nubes tropicales, vegetación de color verde saturado, pájaros que cantan.
El desayuno me alegra el día: mango, omelette de huitlacoche y jugo de naranja, apio y perejil. Estoy en la terraza del restaurante, y todo es un lío de ramas, lianas y hojas grandes y brillantes que todavía conservan gotas de agua de la lluvia de esta madrugada.
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