Si el otro día, al hablar de Avilés, la gran sorpresa de Asturias, me refería a las ideas preconcebidas como un lastre del que hay que despojarse a la hora de viajar (y de vivir), ahora puedo mencionar otro: los lugares comunes. Si te dicen “hayedo” y respondes “otoño”, estás cayendo en el tópico. Que seguro que está muy bien, nadie niega la belleza de un hayedo en otoño. Pero hay otras posibilidades de encontrar la belleza. Por ejemplo, la de un hayedo en primavera.
Y, eso mismo, ahora, se vive en los hayedos del Parque Natural de Redes, allí en lo alto de las montañas astures, Nalón arriba hasta que no se puede subir más.
En la subida pasas por Langreo (sobre su paisaje industrial hay mucho que decir), y sigues subiendo, y los pueblos se van haciendo más pequeños, y las casas más pequeñas y el aire más grande, hasta que ocupa todo el espacio entre las montañas. Que son puro verde.
Subí el otro día, bien de mañana, salí con mis compañeros de viaje desde la casa de aldea Los Riegos, en Belerda, hasta la collada Incós, para hacer una caminata por el monte. Y al bajar de los taxis que nos llevaron fue como si el aire hubiera subido todavía más un punto en la escala de frescor.
¡Qué bien se está, en la primera hora de la mañana, en el monte, allá en lo alto de todo! “El viento matinal siempre sopla, el poema de la creación es ininterrumpido, pero pocos son los oídos que lo oyen. El Olimpo no es sino el exterior de la tierra en todas partes”, decía Henry David Thoreau. Y todo es más fácil en lo alto de la montaña, muy temprano, cuando el aire es limpio.
Allá por la collada Incós, entre las brañas y las majadas, un caballo parecía feliz en un gamonal. Más arriba, en los puros riscos, había rebecos. Hace años -me dijeron-, las peñas “negreaban de rebeco” con cabradas de 35 ó 40 ejemplares. El otro día la vista se perdía por las crestas, los bosques y las praderías.
Iniciamos el descenso, y llegó el momento en que nos adentramos en un hayedo. El hayedo en primavera. Y caminamos entre la luz verde del hayedo en primavera. Había llovido pocas horas antes, y todo -las hayas, los helechos, las piedras- irradiaba una luz brillante. El bosque mágico por el que caminamos con una sonrisa interior que, a veces, se reflejaba en la cara.
Parque Natural Redes, Asturias. Todas las fotos: Ángel M. Bermejo (c) |