Querétaro, México. Foto: Ángel M. Bermejo |
No sé si Jorge Luis Borges habría estado de acuerdo, si se le hubiera preguntado alguna vez, con que Querétaro sea la palabra más hermosa del español. En realidad es un nombre derivado de la palabra otomí que significa “Isla de las salamandras azules”, lo que no está nada mal.
De lo que sí estoy seguro es de que Borges pensaba que era un nombre evocador, de esos que despiertan la imaginación, de los que hacen un clic en la mente. Cuatro sílabas con una arquitectura sólida que echan la imaginación a volar. Cuando el personaje llamado Borges del cuento El Aleph tiene la suerte de enfrentarse de golpe al infinito, describe lo que ve: “... vi la noche y el día contemporáneo, vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala...”.
Recuerdo que, cuando leí por primera vez esta frase, tuve que mirar urgentemente su ubicación en un atlas. Ajá, Querétaro estaba en México, pero se añadía a ese listado sin fronteras de ciudades de nombre largo y sugerente, como Samarcanda, Tombuctú, Alejandría y Valparaíso. Pernambuco es otro nombre mítico, pero no de una ciudad, sino de un estado brasileño, el lugar lejano adonde iban los personajes de los tebeos cuando huían de los acreedores.
Recuerdo que, cuando llegué por primera vez a Querétaro, iba por las calles recitando esa frase borgiana, como un mantra: “vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala, vi un poniente...”.
Cuando el Sol se puso, el cielo azul empezó a oscurecerse. No parecía reflejar el color de una rosa...
Pero, de repente, sí apareció la rosa. No era lo que yo me imaginaba, pero algo es algo. Me queda la duda de si, además de tigre de Bengala, hay también pantera de Bengala.
Querétaro, México. Foto: Ángel M. Bermejo |
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