lunes, 7 de noviembre de 2011

Sinkiang (China), el camino a Turfán

Sinkiang. Foto: Ángel M. Bermejo (c)

En algún lugar de estas soledades, en el noroeste de China, debe de encontrarse el punto geográfico más alejado del mar de todo el mundo. Hay quien dice que es la aldea de Baojachaozi, cerca de Urumchi, la capital de Sinkiang, aunque no hay unanimidad al respecto. De cualquier modo, este detalle no era más que un pequeño añadido a lo que era el destino real del viaje, la depresión de Turfán, en los límites del pavoroso desierto de Taklamakán.

Desierto de Taklamakán, Sinkiang. Foto: Ángel M. Bermejo (c)

También estaba la historia. Al emprender el camino seguía la pista milenaria de la Ruta de la Seda, uno de los procesos de intercambio de mercancías, ideas y religiones más fascinantes que se ha producido nunca. Pero Urumchi parecía desbaratar todas las expectativas. Una ciudad china en territorio uigur, una población extraña, ajena al mundo que la rodea, la de las culturas nómadas del Turkestán. Había que seguir el viaje hasta Turfán, donde pervive el Asia eterna.
No hay muchos kilómetros, pero el camino me hizo revivir el pasado. Los paisajes descritos por los viajeros antiguos se presentaban ante mí. El de Taklamakán es uno de los desiertos más secos y peligrosos del mundo, y muy pocas expediciones se han atrevido a atravesarlo. Las caravanas antiguas tenían igual pavor a las altas temperaturas que a los espíritus malignos que poblaban sus arenas. Se enfrentaban así a un dilema terrible: de noche se podrían evitar los vientos ardientes, pero los monstruos eran más activos. Se le sigue bordeando, igual que hace 2.000 años. Nadie osaba atravesarlo, y de hecho hay quien afirma que su nombre deriva de la palabra turca que significa “entra y nunca saldrás”.

Turfán, Sinkiang. Foto: Ángel M. Bermejo (c)

Llegar a Turfán sigue suponiendo hoy el mismo alivio que debió de significar a las caravanas de hace siglos. Es un verdadero oasis, un jardín fresco en la travesía del desierto. Curiosamente, en el centro geográfico de Asia, me encontraba bajo el nivel del mar, ya que ésta es la segunda depresión más profunda del mundo, sólo superada por la del mar Muerto.
Es, por ello, el lugar más caluroso de China, y uno de los antiguos nombres de la ciudad era Huozhou, “Tierra de fuego”. Sin embargo, su arquitectura de adobe, sus calles cubiertas de emparrados, sus canales abiertos, generan una sensación de frescor difícil de imaginar en el desierto que la rodea. En el mercado encontré melones jugosos, uvas dulces, verduras frescas, además de un batiburrillo en el que se mezclaban las telas vistosas, el pan ácimo, los puñales decorados y los instrumentos musicales. No hay otra palabra para describirlo: un oasis.

Alminar de Emin, Sinkiang. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
En las afueras de Turfan, el alminar de Emin, con casi 45 metros de altura, resalta entre los campos cultivados. Es una construcción de dos o tres siglos de antigüedad, una nimiedad en el desierto eterno.

1 comentario:

  1. Qué sitios tan raros que visita Vd. Raros e interesantes.
    Me lo apunto en mi larga lista.

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