Cerveza Mack. Foto: Ángel M. Bermejo (c) |
Mack es una verdadera institución en Tromso -o Tromsø, como en realidad se escribe-, el “París del Norte”. No es para menos, ya que pasa por ser la fábrica de cerveza más septentrional del mundo.
¿A quién se le ocurriría levantar una fábrica en este remoto lugar del norte de Noruega? Pues a Ludwig Markus Mack, que en 1877 decidió cambiar su panadería por una cervecería. De hecho gastó una pequeña fortuna en ello.
¿Fue una buena idea?
Excelente idea, diría yo. Pongámonos en situación. En la segunda mitad del siglo XIX, Tromso es un activo puerto, el eje alrededor del cual gira todo el comercio del norte de Noruega. Barcos que llegan, barcos que salen, cargados de mercancías. Pieles de foca y carne de ballena, el botín de expediciones de varios meses por las aguas del océano. O muebles, ropas y candelabros traídos de Hamburgo y París. Dinero abundante para todos.
Ølhallen. Foto: Ángel M. Bermejo (c) |
Imaginémonos a un recio cazador de focas que ha pasado varios meses en las Svalvard y que desembarca. O a un pescador de bacalao que ha pasado la segunda mitad del invierno en algún secadero perdido y que desembarca. O un explorador que ha invernado en una bahía helada y que desembarca. ¿Todos estos tipos duros están pensando en ir a tomar el té con la señora baronesa?
No. Están buscando un lugar en el que emborracharse. Y aquí el señor Mack fue el más listo.
Ølhallen. Foto: Ángel M. Bermejo (c) |
Esos tipos duros bebían cualquier cosa, cualquier brebaje mezclado con alcohol metílico, loción capilar o lo que fuera que encontrasen. Se hacía necesario fabricar una buena cerveza.
Al principio Mack fabricaba y vendía la cerveza, que se consumía en otros lugares. Pero al final los muelles y las calles era un verdadero botellón. Más de uno aparecería congelado al amanecer (en los meses en que amanece) delante de alguna puerta.
Ølhallen. Foto: Ángel M. Bermejo (c) |
Así que al final los de Mack consiguieron la licencia para abrir un local en el que se pudiera beber en condiciones. El local actual, el Ølhallen (el Salón de la Cerveza) abrió en 1928, y poco a poco ha ido adaptándose a los tiempos. Al principio era lo más parecido a una pequeña cueva en donde se bebía la cerveza envuelto en una nube de humo de cachimba. Para evitar líos se ejercía un estricto derecho de admisión, de forma que los alborotadores no arruinaran el buen ambiente. Las mujeres no podían entrar, aparentemente por el mismo motivo.
Ølhallen. Foto: Ángel M. Bermejo (c) |
El Ølhallen se convirtió en el centro de reunión de los marineros y cazadores de paso por Tromso. Se hicieron famosos los contadores de historias, que relataban sus aventuras más o menos verídicas según las cervezas que bebían; si nadie les invitaba la historia quedaba pospuesta hasta nueva ocasión. Había un ambiente jovial, masculino y distendido -seguro que podías eructar y limpiarte la espuma de cerveza de la comisura de los labios con el dorso de la mano sin que nadie te afeara la conducta-, pero era un oprobio ser expulsado por mala conducta del local y tener prohibida la entrada durante un plazo de varios meses. Un oprobio y un aburrimiento ¿Dónde ibas a ir si no?
Ølhallen. Foto: Ángel M. Bermejo (c) |
El Ølhallen fue un lugar vedado a las mujeres hasta los años setenta. El argumento era que sólo había un cuarto de baño, y por tanto no había opción a levantar el veto. Cuando se hizo un segundo baño hubo protestas, pero los nuevos tiempos habían llegado al Salón de la Cerveza.
Resulta tentador imaginar a Amundsen en el Ølhallen, contando sus aventuras a sus compadres, entre pintas de cerveza. Pero no, cuando se inauguró el Ølhallen Roald Amundsen estaba embarcado en su última expedición. Murió el mismo año que se inauguró el Salón.
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