Las islas Marquesas son el archipiélago más distante de un continente en todo el planeta. En medio del Pacífico, lejos de todo. No es de extrañar que ocupen un lugar destacado en los mitos viajeros.
Nadie se levanta un día y dice, de repente, 'me voy a las Marquesas'. Antes, siempre, ha habido muchos estímulos, muchos sueños alimentados por relatos, por narraciones de viajeros, por cuadros, por canciones, por películas... En este sentido, la lista de estímulos de las Marquesas es larga y muy sólida: Robert Louis Stevenson, Herman Melville, Paul Gauguin, Jack London, Jacques Brel, Victor Segalen...
Melville, que más tarde escribiría Moby Dick, fue el primero de los escritores occidentales que quedó deslumbrado por las Marquesas. Entonces trabajaba en un buque ballenero, y su llegada a Nuku Hiva y sus posteriores aventuras quedaron reflejadas en su libro Taipi, una narración de los Mares del Sur, que se convirtió en el banderín de enganche de todos los demás.
Nadie ha reflejado una arribada a puerto semejante, cuando su barco se adentró en la bahía de Taiohae y fue abordado por un grupo de jóvenes isleñas que llegaron a nado desde la orilla y dominaron la voluntad de los marinos. "El Dolly fue capturado y nunca vi un barco asaltado por una tan irresistible partida de piratas. Tomado el barco, nosotros no pudimos sino declararnos prisioneros y por todo el tiempo que estuvimos en la bahía el barco y la tripulación estuvo en manos de las sirenas”. Y continúa: “Las variadas danzas de las muchachas de las Marquesas son en extremo bellas, pero hay en su carácter un abandono voluptuoso que no intentaré describir” (traducción de J. Dóriga, publicada por Espasa-Calpe Argentina, 1950). Difícil resistirse al deseo de saltar al primer barco que salga con rumbo a las Marquesas. Y no es de extrañar que las islas de la Polinesia se convirtieran en la imagen del paraíso.
Yo me hubiera contentado con llegar a Nuku Hiva de manera más sobria, como Stevenson, a bordo de la Casco, una goleta de dos palos. Siempre soñé con encontrarme una madrugada en la bahía perfecta de Anahao, en el otro extremo de Nuku Hiva, y sentir lo que sintió al echar el ancla: "La goleta viró sobre sí misma, el áncora se sumergió. Débil fue el ruido, pero inmenso el acontecimiento; mi alma penetró, con esas amarras, hasta profundidades de las cuales ninguna cabria sabría extraerla, ningún buceador extraerla; a partir de aquel día, algunos de mis compañeros de a bordo y yo mismo nos convertimos en los esclavos de las islas Vivianas". Stevenson, evidentemente, nunca abandonó los Mares del Sur.
Unas páginas antes ya había hecho otra declaración de amor, de las que no se olvidan: "La primera impresión es siempre única. El primer amor, la primera aurora, el primer contacto con una isla de los mares del Sur son recuerdos aparte en nuestra vida y despiertan una especie de virginidad de los sentidos" (traducción de Agustín Esclasans, publicada por Ediciones B, 1999). Para Stevenson, su primera isla fue Nuku Hiva.
Altaïr acaba de publicar un monográfico sobre Tahití y las islas de la Polinesia Francesa, donde tengo el gusto de participar con un artículo sobre Nuku Hiva. Nada me gustaría más que este número entrara a formar parte de las obras que incitan a soñar con las lejanas islas de los Mares del Sur.
Estoy suscrito a la revista pero aún no me ha llegado. Ahora ya la deseo con ansias. Leerte siempre es soñar.
ResponderEliminarUn abrazo.
Pues cuenta con ello, yo ya estoy soñando con Nuku Hiva y los Mares del Sur.
ResponderEliminarUn abrazo.
Bajo mi punte de vista, la mejor revista y esta vez dedicada una vez mas a un gran destino.
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