Siria lleva una temporada en la primera página de los periódicos y en los noticieros de radio y televisión. Pero probablemente lo que ocurre en sus ciudades no tiene la presencia mediática que debiera y además —a diferencia de Libia, y tal vez porque no tiene petróleo— la presión internacional es pequeña. O, por lo menos, sin resultados aparentes.
No es la primera vez que el régimen sirio machaca a su población. De hecho, parece que están conmemorando —de forma siniestra— los 30 años de la masacre de Hama de 1982, uno de los episodios más trágicos de la historia contemporánea de Oriente Medio. En esa ocasión, los protagonistas fueron Hafez el Asad (presidente) y su hermano Rifaat el Asad (jefe del Ejército).
En esa época Hama tenía 350.000 habitantes, y se estima que murieron entre 10.000 y 30.000 personas, víctimas de los bombardeos.
En mayo de 1982 no se me ocurrió nada mejor que viajar por la zona. Volé a Estambul —adonde llegué en un vuelo baratísimo a la 1 de la madrugada, en una época en que había toque de queda y no se podía transitar de noche; ésta sí que fue buena— y emprendí un viaje por Turquía, Siria, Jordania y Líbano que terminó en Chipre. Saqué los visados necesarios en Madrid, sin ningún problema, y me fui de paseo.
El caso es que durante mi viaje me llegaban muchas noticias de lo que ocurría en Beirut y el sur del Líbano pero no había absolutamente ninguna información sobre lo que había sucedido en Siria pocos meses antes.
Así que, en el norte de Siria, yo seguía una ruta que tenía al río Orontes como uno de mis ejes fundamentales. Con esa idea en la cabeza llegué a Hama, que se encuentra a orillas del gran río de Siria. De Hama son famosas las norias que elevan el agua del río hasta el nivel de los campos de cultivo.
Llegué a Hama en autobús, y recuerdo que veía muy poca gente en las calles. Me dirigí al río, estuve un rato en la parte de las norias y decidí continuar hacia la ciudadela y la ciudad antigua.
Lo que encontré allí, sin esperarlo, fue la mayor desolación que he visto nunca. Calles y calles con todas las casas destruidas, hundidas. Era evidente que todo era muy reciente, y estaba claro que no era el resultado de un terremoto. Nadie circulaba por estas calles desiertas llenas de escombros. Nadie que cumpliera con el papel de la vida en la calle. Nadie a quien preguntar. Al no saber qué pasaba ni qué había pasado, llegué incluso a pensar que toda esta destrucción estaba relacionada con la guerra en Líbano. A lo largo de mis viajes me han timado, me han asaltado, han desvalijado mi habitación del hotel cuando estaba fuera, he estado enfermo, me he metido de noche en barrios que no debía, etc., etc., pero nunca he sentido —ni de lejos— un temor semejante: el creado por la desolación que te rodea. La ignorancia absoluta de lo que había pasado en ese lugar aumentaba enormemente la sensación de desastre. Nunca más en mi vida he tenido tanto miedo.
Por supuesto que, desde que había entrado en Siria no había visto un turista extranjero. Días después, en Damasco, encontré al primero y al último.
Salí huyendo de Hama, fui a Homs —pobre Homs— y de allí continué a Palmira. Estar solo en Palmira fue otra experiencia especial.
Hoy, 30 años después, la cobertura informativa de Homs es mucho mayor que la que hubo entonces de Hama. No es ajeno a este cambio el desarrollo de los medios de comunicación. Muchas de las fotos que vemos llegan a través de Facebook y Twitter y están tomadas por ciudadanos sirios. La información es imparable.
Cada vez que, ahora, recibo informaciones sobre el asedio de Hama me acuerdo de Homs, de la desolación que encontré. Creo que nadie viaja para encontrar desolación, pero hay ocasiones en que se encuentra.
P.D. Quien haya entrado en los enlaces que he puesto se habrá dado cuenta de que recomiendo visitar (para estar realmente informado de lo que ocurre en Oriente Medio, más allá de la noticia del día a día) Diario de Beirut —el blog de Tomás Alcoverro, corresponsal de La Vanguardia—, que es una mina inagotable de información. Fronteras movedizas —el blog de Enric González, corresponsal de El País— es igualmente interesante, pero se centra casi exclusivamente en Israel y Palestina.