martes, 20 de marzo de 2012

Mompox, Colombia: crónica de una ciudad olvidada, 1

Mompox, Colombia. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
          Una mañana, muy temprano, cuando todavía se sentía el fresco de la noche, caminaba por la calle de la Albarrada de Mompox,  la que se abre al río Magdalena. De lejos me llegó la voz de un vendedor que pregonaba su mercancía de casa en casa: "¡almojábanas, almojábanas calientes!". Salí corriendo. Almojábanas : lo que cenaban muchas noches Fermina Daza y su esposo el doctor Juvenal Urbino en las páginas de El amor en los tiempos del cólera,  la novela de Gabriel García Márquez. Y por fin iba a comer una. O dos.

Salí corriendo, doblé la esquina y vi a un muchacho con una bandeja en la cabeza. Una mujer se asomó entre unos visillos y le llamó para comprarle media docena. El chico bajó la bandeja, la apoyó sobre la rodilla y apartó el paño que protegía sus tesoros para servir a la señora. El trato se hizo a través de las rejas de hierro forjado que adornan todas las ventanas de las casas momposinas.

Mompox, Colombia. Foto: Ángel M. Bermejo (c)

Para mantener el nivel compré otra media docena y me fui, feliz, calle abajo, desayunando almojábanas recién hechas mientras paseaba al lado del Magdalena. Buena manera de empezar el día en Mompox, donde parece que no pasa el tiempo.

Mompox, Colombia. Foto: Ángel M. Bermejo (c)

         Sí, ésta era la sensación que tenía desde que había llegado a Mompox, que el último siglo no ha pasado por esta ciudad tranquila y cálida. El trazado urbano parece pertenecer a otra época. Igual que su arquitectura, de recias casonas pintadas con colores suaves y cansados, bañados por el sol y la lluvia. Cada pocos pasos aparecía una iglesia, casi siempre de proporciones desmesuradas. Todos estos edificios me parecían propios de una gran ciudad, no de una pequeña población adormecida bajo el calor del trópico colombiano, y la razón de este carácter extraño, ajeno al tiempo y a la lógica, hay que buscarla a partes iguales en la geografía y la historia.

Mompox, Colombia. Foto: Ángel M. Bermejo (c)

         Mompox se levanta sobre una, llamada Margarita, formada por dos brazos del río Magdalena , isla en el interior del continente. Fue fundada en el año 1537 y desde muy pronto se convirtió en un importante centro comercial. Por aquí pasaban, en un sentido u otro, todas las mercancías y riquezas que circulaban entre el puerto de Cartagena y el interior de la colonia.

Mompox, Colombia. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
          Tanto comercio, tanto barco trayendo y llevando oro, telas elegantes, libros prohibidos, comidas exóticas y muebles finos dejó un poso de prestancia, riqueza e ilustración en este embarcadero sobre el que, ya desde el primer día, debían de beber las mariposas amarillas en el barro húmedo. Aquí se dice con orgullo que fue la primera ciudad que proclamó su independencia del virreinato de Nueva Granada y que Simón Bolívar reconoció que, "si a Caracas le debo la vida, a Mompox, la gloria".

(continuará...)

viernes, 9 de marzo de 2012

Gabriel García Márquez: Cartagena viva, Cartagena soñada

Cartagena de Indias, Colombia. Foto: Ángel M. Bermejo (c)

         De repente, sabes que éste es el lugar. Basta con pasar por los arcos que se abren en la muralla bajo la torre del Reloj y cruzar la plaza de los Coches para llegar al Portal de los Dulces. A la sombra de los arcos se alinean los puestos que ofrecen sus tesoros: pastelillos de ajonjolí, panderitos de yuca, marranitos de leche, casadillas de coco, caballitos de papaya, delicias con una tendencia irrefrenable a la dulzura y al diminutivo. Y en ese pequeño mercado de ambiente bullicioso aparecen las “matronas negras, sentadas como ídolos monumentales frente a las baratijas de artesanía” y los vendedores de lotería con los que se cruza un personaje de Del amor y otros demonios. Y, sobre todo, uno es consciente de que —aunque el autor le de otro nombre al lugar— aquí sucede la escena clave del desamor de Fermina Daza por Florentino Ariza que desencadena la historia de El amor en los tiempos del cólera. el lugar donde más tarde durante años el protagonista escribirá cartas de amor a los amantes que no son capaces de expresar sus sentimientos.

Cartagena de Indias, Colombia. Foto: Ángel M. Bermejo (c)

         Al azar de las calles de Cartagena de Indias es posible hacer un viaje doble: uno por la ciudad real y otro por la imaginada y descrita en esas dos obras por Gabriel García Márquez. Esta Cartagena literaria es igual a la primera pero ligeramente diferente, un poco desenfocada, y acaba siendo un juego descubrir dónde encaja una con la otra. Incluso sabiendo que en ningún momento se menciona el nombre de la ciudad en las dos novelas.

Cartagena de Indias, Colombia. Foto: Ángel M. Bermejo (c)

         La parte antigua es un cofre lleno de historia y arte, un museo de arquitectura en el que hay mercados de frutas, ropa y sueños. Por aquí pasa gente real, con su historia propia, y uno puede imaginarlos como personajes de García Márquez, no menos reales y capaces de vivir el amor incluso en los tiempos del cólera.

Cartagena de Indias, Colombia. Foto: Ángel M. Bermejo (c)

         Eso sí, en lugares con los nombres cambiados. Si el imaginado Portal de los Escribanos coincide con el Portal de los Dulces, el parque de los Evangelios habrá que buscarlo en la plaza de Fernández de Madrid, donde se encuentra la casa de Don Benito, donde podría vivir Fermina Daza.  

Cartagena de Indias, Colombia. Foto: Ángel M. Bermejo (c)

Al azar de cualquier paseo se llegará, tarde o temprano, a la plaza Bolívar, donde aparece el palacio de la Inquisición, que bien pudo ser el modelo del colegio de la Presentación de la Santísima Virgen, al que acudía la muchacha antes de ser expulsada por guardar una carta de amor. La casa de Florentino se corresponde fielmente con la Casa de las Ventanas de la calle Landrinal. El antiguo convento de Santa Clara, escenario principal de Del amor y otros demonios, es ahora un hotel de lujo con el mismo nombre. El barrio de Getsemaní, extramuros, es el único que aparece con su nombre en las dos novelas.

martes, 6 de marzo de 2012

Gabriel García Márquez: la casa de Aracataca

Aracataca, Colombia. Foto: Ángel M. Bermejo (c)

No hay paisaje comparable en todo el mundo. Se sale de Barranquilla, se cruza el río Magdalena, y la carretera sigue durante kilómetros por una lengua de arena que separa el mar Caribe de la Ciénaga Grande. El calor aplasta como una losa sobre los hombros en cualquier momento del año.
Este mundo acuático, horizontal, se rompe en el horizonte con las primeras estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta. No es cualquier cosa: se trata de la cordillera costera más alta del planeta, que alcanza los 5.775 m. Picos cubiertos de nieves eternas a dos pasos de la costa tórrida.
Pero el paisaje incomparable no es el que se ve, sino el que se lleva dentro. El que se lleva dentro cuando se toma el desvío hacia el sur y se va camino de Aracataca, en busca del universo que ha inspirado la obra de García Márquez: un mundo exagerado y extremo en el que el realismo mágico es, simplemente, realismo.


Aracataca, Colombia. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Es posible que Aracataca sea el origen de Macondo, ese lugar inexistente que sólo cobra vida en La hojarasca y, sobre todo, en Cien años de soledad. En esta novela se revive la historia de la costa colombiana, las guerras interminables entre liberales y conservadores, la fiebre de los platanales que trajo la riqueza y la desgracia a la región -el éxito económico atrajo a inmigrantes de todos los orígenes y el atraso social condujo a una huelga que acabó con la masacre de los manifestantes-, pero también los milagros de las mujeres que ascendían a los cielos arrastradas por las sábanas y la obsesión de los artesanos de filigranas de oro.
Fui a Aracataca buscando la casa natal de GGM. Y a lo largo de toda la costa tropecé de cuando en cuando con su presencia patriarcal. Y, sobre todo, con el espejo de alguna de sus criaturas.


Casa natal de GGM, Aracataca, Colombia. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Y allí estaba la casa familiar muchas veces reconstruida y ahora convertida en museo, y la casa del Telegrafista, que recuerda la profesión del padre del escritor. Y la calle de los Turcos —llamada así porque en ella instalaban sus tiendas los comerciantes sirios y libaneses—, y los restos de una fábrica de hielo.
La casa. La casa de sus dos nacimientos: el del 6 de marzo de 1927 y el de marzo de 1952. El de hace 60 es el más importante para la literatura, que fue cuando “Mi madre me pidió que la acompañara a vender la casa” según cuenta en la primera frase de Vivir para contarla, su autobiografía.
En otros lugares ha confesado que todos los días se despierta con la impresión de que ha soñado que está en esa casa. La casa de los abuelos, en la que vivió hasta los ocho años o diez años. Una casa llena de fantasmas, donde se trataba con la misma naturalidad a los vivos que a los muertos.
Fue con su madre a vender la casa, y en ese viaje tan corto encontró ruina y soledad. También se dio cuenta de que no conseguiría escribir una buena novela con las ideas que tenía hasta entonces. Necesitaba recuperar su infancia, pero también el tiempo de sus abuelos. El año siguiente emprendió un viaje por Valledupar y la Guajira con Rafael Escalona —tal vez el único personaje que aparece con su nombre y apellido reales en Cien años de soledad—, en busca de los personajes y los escenarios de las historias que había oído contar en la vieja casa de Aracataca. En ese viaje conoció a Lisandro Pacheco y GGM supo que su abuelo había matado al abuelo de Lisandro en un duelo. Sellaron el encuentro con una juerga de tres días y tres noches. Lisandro se convirtió en su guía por la zona. Sí, en este viaje encontró las historias y la manera de darles forma que condujeron a la creación de Cien años de soledad.


Aracataca, Colombia. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Ese duelo ocurrió en Barrancas el 19 de octubre de 1908. También hay quien dice que esa fecha es tan importante o más que la de su nacimiento real. Tras el duelo, el abuelo de GGM tuvo que vivir una serie de peripecias que entre otras cosas le llevaron a instalarse con su familia en Aracataca.
Fui a la casa de Aracataca y encontré una vivienda modesta, antigua, comida por la humedad. En ese ambiente de decaimiento, tiempo pasado y un punto de tristeza había una foto que parecía fuera de lugar: GGM con el rey de Suecia. El día que le dieron el Nobel.


Casa natal de GGM, Aracataca, Colombia. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Pasé al patio trasero. Allí estaba el gran ficus, el inmenso ficus, y unos muchachos jugaban al fútbol. Ninguno de ellos era Mauricio Babilonia, porque a ninguno de ellos le precedía una nube de mariposas.
Cuando GGM vino con su madre a vender la casa hacía ya mucho tiempo que había pasado el esplendor bananero. Era el momento de vivir la leyenda. La fábrica de hielo se había deshecho por el calor, pero su recuerdo permanecía.
Así que aquí empezó todo. Y por eso recuerdo la presencia fantasmal de Gabo, que revolotea sobre todo esta tierra colombiana como una nube de mariposas amarillas.

viernes, 2 de marzo de 2012

Siria 2012, Siria 1982

Siria lleva una temporada en la primera página de los periódicos y en los noticieros de radio y televisión. Pero probablemente lo que ocurre en sus ciudades no tiene la presencia mediática que debiera y además —a diferencia de Libia, y tal vez porque no tiene petróleo— la presión internacional es pequeña. O, por lo menos, sin resultados aparentes.

De lo que más se habla es del asedio del Ejército sirio, con todo su poder militar, sobre la ciudad de Homs. Pero ésta no es la única ciudad que está sufriendo bombardeos indiscriminados: Latakia, Deraa, Deir al Zor, Hama, Idlib, y otras más, han padecido en el último año los ataques de Bachar el Asad, que para eso tiene a su hermano Maher el Asad al mando del Ejército.

No es la primera vez que el régimen sirio machaca a su población. De hecho, parece que están conmemorando —de forma siniestra— los 30 años de la masacre de Hama de 1982, uno de los episodios más trágicos de la historia contemporánea de Oriente Medio. En esa ocasión, los protagonistas fueron Hafez el Asad (presidente) y su hermano Rifaat el Asad (jefe del Ejército).

Durante el mes de febrero de 1982, el Ejército sirio bombardeó y destruyó buena parte de la ciudad de Hama. Fue el episodio definitivo de un enfrentamiento del Gobierno y el partido Baaz (ambos en manos de la minoría alauí contra los Hermanos Musulmanes (un grupo formado dentro de la mayoría suní), que llegaron a atentar contra la vida de Hafez el Asad. Este enfrentamiento tenía raíces políticas, pero también religiosas.

En esa época Hama tenía 350.000 habitantes, y se estima que murieron entre 10.000 y 30.000 personas, víctimas de los bombardeos.

En mayo de 1982 no se me ocurrió nada mejor que viajar por la zona. Volé a Estambul —adonde llegué en un vuelo baratísimo a la 1 de la madrugada, en una época en que había toque de queda y no se podía transitar de noche; ésta sí que fue buena— y emprendí un viaje por Turquía, Siria, Jordania y Líbano que terminó en Chipre. Saqué los visados necesarios en Madrid, sin ningún problema, y me fui de paseo.

Por otra parte, a principios de junio de 1982 empezó la Primera Guerra del Líbano, durante la cual Israel bombardeó Beirut (donde se encontraba Yaser Arafat). Tengo el recuerdo de oír de noche, en Damasco, a decenas de kilómetros de Beirut, el estrépito de las bombas al estallar.

El caso es que durante mi viaje me llegaban muchas noticias de lo que ocurría en Beirut y el sur del Líbano pero no había absolutamente ninguna información sobre lo que había sucedido en Siria pocos meses antes.

Así que, en el norte de Siria, yo seguía una ruta que tenía al río Orontes como uno de mis ejes fundamentales. Con esa idea en la cabeza llegué a Hama, que se encuentra a orillas del gran río de Siria. De Hama son famosas las norias que elevan el agua del río hasta el nivel de los campos de cultivo.

Llegué a Hama en autobús, y recuerdo que veía muy poca gente en las calles. Me dirigí al río, estuve un rato en la parte de las norias y decidí continuar hacia la ciudadela y la ciudad antigua.

Lo que encontré allí, sin esperarlo, fue la mayor desolación que he visto nunca. Calles y calles con todas las casas destruidas, hundidas. Era evidente que todo era muy reciente, y estaba claro que no era el resultado de un terremoto. Nadie circulaba por estas calles desiertas llenas de escombros. Nadie que cumpliera con el papel de la vida en la calle. Nadie a quien preguntar. Al no saber qué pasaba ni qué había pasado, llegué incluso a pensar que toda esta destrucción estaba relacionada con la guerra en Líbano. A lo largo de mis viajes me han timado, me han asaltado, han desvalijado mi habitación del hotel cuando estaba fuera, he estado enfermo, me he metido de noche en barrios que no debía, etc., etc., pero nunca he sentido —ni de lejos— un temor semejante: el creado por la desolación que te rodea. La ignorancia absoluta de lo que había pasado en ese lugar aumentaba enormemente la sensación de desastre. Nunca más en mi vida he tenido tanto miedo.

Por supuesto que, desde que había entrado en Siria no había visto un turista extranjero. Días después, en Damasco, encontré al primero y al último.

Salí huyendo de Hama, fui a Homs —pobre Homs— y de allí continué a Palmira. Estar solo en Palmira fue otra experiencia especial.

Hoy, 30 años después, la cobertura informativa de Homs es mucho mayor que la que hubo entonces de Hama. No es ajeno a este cambio el desarrollo de los medios de comunicación. Muchas de las fotos que vemos llegan a través de Facebook y Twitter y están tomadas por ciudadanos sirios. La información es imparable.

Cada vez que, ahora, recibo informaciones sobre el asedio de Hama me acuerdo de Homs, de la desolación que encontré. Creo que nadie viaja para encontrar desolación, pero hay ocasiones en que se encuentra. 

P.D. Quien haya entrado en los enlaces que he puesto se habrá dado cuenta de que recomiendo visitar (para estar realmente informado de lo que ocurre en Oriente Medio, más allá de la noticia del día a día) Diario de Beirut —el blog de Tomás Alcoverro, corresponsal de La Vanguardia—, que es una mina inagotable de información. Fronteras movedizas —el blog de Enric González, corresponsal de El País— es igualmente interesante, pero se centra casi exclusivamente en Israel y Palestina.