Tengo un rato libre, así que abro Barcos, su historia a través del arte y la fotografía (Geoplaneta) y me pongo a seguir las peripecias del Essex, un barco ballenero. Y me quedo a cuadros con la historia de sufrimiento y canibalismo que padecieron los marinos que sobrevivieron al ataque de un cachalote, en 1820, que lo hizo pedazos. Resulta que Melville se inspiró en esta historia para escribir Moby Dick.
Bueno, tengo unos minutos más, así que me enfrasco en la historia del Halve Maen, el barco con el que Henry Hudson partió en busca del Paso del Noroeste, al servicio de la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales. Iba costeando la costa de Norteamérica y en un momento se adentró en un río, al que bautizó con su nombre; en algún momento pasó junto a la isla de Manna-hatta, donde años después se fundó Nueva Amsterdam, más tarde conocida como Nueva York.
Un minuto más, y me entero de lo que significa la expresión marinera “clavar los colores al palo” al leer la historia del San Ildefonso, que fue capturado en la batalla de Trafalgar por el HMS Defence.
Así todos los días. Un ratito, una historia marinera. Es lo bueno de Barcos, su historia a través del arte y la fotografía, que te cuenta una historia en cada página, y además la ilustra con una pintura o una foto.
Un día leí la historia del Hecla, el primer barco que sobrevivió un invierno atrapado en los hielos del Ártico, con William Parry a bordo. Y otro, la del Surprise, en el que Carlos II huyó de Inglaterra en 1651, razón por la que le cambiaron el nombre y se llamó luego Royal Escape. Y qué pena la del Amphirite, un barco presidio que en 1833 naufragó frente a la costa de Boulogne.
Por las páginas de Barcos navegan con la misma naturalidad el Pequod y el Fram, y Jasón —a bordo del Argos— saluda a Elcano que le responde desde la cubierta de la Victoria mientras John Franklin —¿en el Erebus o el Terror?— los observa desde la lejanía.
Barcos es un libro de los de toda la vida, no un dispositivo multimedia, pero cada vez que lo abro tengo la sensación de que me salpican las olas, que diviso los acantilados de la Antártida, que acompaño a los peregrinos de Mayflower o remonto el Misisipi en el Delta Queen. Y lo mismo asisto al motín del Batavia como al hundimiento del Vasa. Un libro para leer fumando en pipa.
Me empiezo a preocupar. Este libro me absorbe tanto que ahora, cuando conduzco, ya no meto quinta sino que largo la vela mayor. Y el otro día me preguntaron por una calle y respondí:
—Todo a estribor.
Tengo un minuto más. Voy a leer la historia del Titanic, a ver si confirman mi teoría de que el capitán Nemo, a bordo del Nautilus...
La lectura de libros sobre viajes es un recorrido sin salir de casa. A través de las páginas, se exploran destinos, culturas y aventuras, despertando la pasión por explorar el mundo.
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