Quemchi, Isla Grande de Chiloé, Chile. Foto: Ángel M. Bermejo (c) |
Llovió toda la noche. Llovió sin parar, con una insistencia como pocas veces he podido ver, llovió como sólo he visto muy lejos de casa.
Llovió sin parar en mi primera noche en Chiloé. La lluvia y el viento golpeaban la ventana de mi habitación, en un palafito de Castro. Parecía que se rompía el cielo.
Estaba advertido. Darwin pasó por Chiloé y dejó caer uno de sus comentarios: “En invierno el clima es detestable, y en verano sólo un poco mejor”. Coloane, que era chilote, inicia Los pasos del hombre —su libro de memorias— hablando de la lluvia. Sabría de qué hablaba al escribir “a veces por cuarenta noches y cuarenta días arrecian los diluvios”. También recoge la mejor descripción de una tormenta de rayos y truenos: “El Diablo está peleando con su mujer”.
Fui a Chiloé por muchas razones, y una era para encontrarme con la tierra natal de Francisco Coloane. Coloane fue el escritor de los espacios abiertos, de la aventura en los confines del mundo, de la vida al filo de la muerte de los cazadores de focas, del terror de los náufragos, del destino incierto de los polizones. Es lo más parecido que tenemos a Jack London en español. |
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Por la mañana llovía suavemente y aproveché para ir a Quemchi, el puerto donde nació Coloane. Encontré un pequeño monumento (no muy vistoso) en su memoria y aproveché para leer unas líneas de Los pasos del hombre. Después me acerqué al muelle. Unos barcos acababan de atracar y los pescadores se preparaban para vender lo que habían arrancado al mar. Había un par de coches, pero no les presté atención.
Un rato después se me acercó alguien. Me hizo la pregunta a bocajarro.
—¿Vio sacar al muerto?
No, no lo había visto. Los coches junto a los que había pasado eran los del juzgado. Acababan de llevarse el cuerpo.
El hombre me contó que, la noche pasada, la tormenta había pillado desprevenido a un pescador en su barquita. A pesar de su experiencia no había podido soportar el temporal. Se acabó. Pocas horas antes lo habían encontrado flotando a poca distancia del puerto. Casi había conseguido salvarse.
El temporal, el maldito temporal, el que había sentido desde la seguridad y el calor de la habitación del hotel de Castro, tan cómodo y ajeno a la realidad que se vivía en ese momento ahí afuera.
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Pocas veces he sentido que la literatura de verdad es la que habla de la vida y la muerte, de la verdad que hay en esas dos caras de la moneda, de la verdad que hay en el canto que separa esas dos caras de la moneda.
De vez en cuando cojo un libro de Coloane y leo unas páginas al azar. Lo recuerdo ahora porque nació un 19 de junio. Qué buen día para nacer. Qué buenos los que nacen ese día.
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