Costa occidental de Chiloé, Chile. Foto: Ángel M. Bermejo (c) |
Descubrir Chiloé en un atlas y desear ir allí fue todo uno.
Chiloé: una isla grande, frente al Pacífico, ¡repleta de misterios!
Más tarde, cuando pude estudiar un buen mapa de la isla supe que quería ir a un sitio concreto: a Cucao.
El litoral septentrional y oriental de Chiloé están frente al continente, y allí se encuentran todas las poblaciones: Ancud, Castro, Chonchi, Quellón, Achao, Quemchi... Lugares de nombres nunca oídos. Desde ellos se ve el Chile continental lo que, de alguna manera, hace de esta isla un mundo cercano.
Sin embargo, tanto la costa occidental como la meridional están abiertas al océano y en ellas no hay ninguna población. Salvo Cucao.
Toda este litoral es un mundo intransitable de sierras cubiertas de bosques espesos, un espacio aislado del resto del mundo. Darwin, que recorrió la isla, refiere dos casos diferentes de náufragos que consiguieron llegar a esta orilla perdida, sólo para descubrir que no podían salir de allí. De hecho, el Beagle recogió a unos balleneros que habían sido arrojados allí por las olas ¡y llevaban quince meses buscando la manera de atravesar el bosque!
Parque Nacional Chiloé, Chile. Foto: Ángel M. Bermejo (c) |
Lo curioso es que Cucao existe y se puede llegar hasta allí porque la isla está atravesada en esta parte por dos lagos alargados, el Huillinco y el Cucao, que permiten cruzar prácticamente la isla de lado a lado y llegar al océano.
En tiempos de Darwin había un camino pavimentado con troncos de árboles, pero tan deteriorado que tuvo que saltar a una piragua para continuar su camino. La tripulación le pareció muy extraña. “Dudo mucho que se hayan podido reunir jamás en una pequeña embarcación seis hombrecillos más feos”, escribió en su Diario. Ahora hay una carretera en buenas condiciones.
Por aquí también anduvo Chatwin. Siguió el mismo camino —que estaba igual de mal que en los tiempos de Darwin— y también tuvo que esperar en Huillinco a que llegara un transbordador. Chatwin estaba encantado de encontrar viva en esta zona de lagos y barcas, alejada del resto del mundo, la leyenda del barquero que transporta el alma de los difuntos.
Embarcadero de Huillinco, Chiloé, Chile. Foto: Ángel M. Bermejo (c) |
Llegué a Huillinco, que sigue cumpliendo con la descripción de Chatwin: “un grupo de casas, un embarcadero y el lago del otro lado”. Su cementerio es uno de los más peculiares que he visto en todo el mundo. No había nadie en la calle. Todos estaban en la iglesia, en un funeral.
Tampoco había barco, y seguí hasta Cucao por carretera. Las casas de Cucao están separadas del océano por una barra de arena que obliga al río a completar un meandro. Al lado está el bosque —el Parque Nacional Chiloé— y empecé a caminar. Parecía que los troncos de los árboles no tuvieran una corteza sino una piel fina y delicada que brillaba en la penumbra.
Parque Nacional Chiloé, Chile. Foto: Ángel M. Bermejo (c) |
Atravesé un trecho del bosque y me dirigí hacia el océano. Trepé a una duna y me asomé al infinito. El día era gris y las olas batían con fuerza sobre la base de la duna. Cada golpe era como un mordisco que se llevaba una buena porción de arena. No creo que ahora quede nada de esa duna.
Costa occidental de Chiloé, Chile. Foto: Ángel M. Bermejo (c) |
Así que éste es el fin del mundo en Chiloé. Hacia el norte y hacia el sur se extendía una playa inmensa. Daban ganas de empezar a caminar y caminar por esta playa solitaria. Darwin se lo propuso a sus guías, pero le quitaron la idea de la cabeza. Es imposible. Las sierras llegan hasta la orilla e impiden el paso. No es buena idea naufragar más allá del fin del mundo.
Me está gustando mucho esta serie sobre Chiloé. Por varias razones mi visita a la isla fue bastante superficial y desde que me marché pienso que tengo que regresar para conocerla mejor. Estas entradas suyas solo acentúan este pensamiento.
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