Nunca hubo un viajero tan heroico por realizar un viaje de tan pocos días. Una semanita y ya está. El tiempo necesario para llegar a la Luna, dar un pequeño paso para un hombre y volver. Pero por todo ello Neil Armstrong era el héroe, el gran viajero, el hombre capaz de todo. Incluso de llegar a otro mundo.
Claro que siempre ha habido grandes exploradores, como Amundsen, Cook, Magallanes, Orellana... Pero con todos ellos mediaba la distancia del tiempo. Siempre nos resultaron lejanos. En cambio, Armstrong tenía una característica especial: estaba vivo. Y para los de mi generación tenía todavía otra cualidad suprema: era de la edad de nuestros padres. Con ellos formaba una cuadrilla de héroes especiales, únicos, irrepetibles.
Hace pocos años se fueron Edmundo Hillary y Tenzing Norqay, los únicos a los que les permitiría tratar de tú a Armstrong. Ahora sólo quedan Aldrin, que siempre arrastró el estigma de eterno segundón, y Collins, el pobre que se quedó dando vueltas mientras sus compañeros daban sus saltos por esa "magnífica desolación".
Cuando el módulo lunar con Armstrong y Aldrin alunizó yo tenía nueve años y seguí la escena por la radio y mirando a la luna con unos prismáticos. Siempre pensé que los veía. Me pareció que estaba asistiendo a algo extraordinario.
He estado dos veces en Washington D.C. Y en ambas ocasiones he ido directo al Museo del Aire y el Espacio a tocar el pedacito de piedra lunar y a quedarme un rato delante de la cápsula en la que Armstrong, Aldrin y Collins amenizaron en el Pacífico. Para admirar el valor de los que son capaces de lanzarse hacia lo desconocido, arriesgándose con tal de adentrarnos a todos un poco más en el plus ultra, en lo que hay más allá de lo sabido.
Ahora Neil Armstrong está explorando lo que hay más allá del más allá. Siempre adelante.
Claro que siempre ha habido grandes exploradores, como Amundsen, Cook, Magallanes, Orellana... Pero con todos ellos mediaba la distancia del tiempo. Siempre nos resultaron lejanos. En cambio, Armstrong tenía una característica especial: estaba vivo. Y para los de mi generación tenía todavía otra cualidad suprema: era de la edad de nuestros padres. Con ellos formaba una cuadrilla de héroes especiales, únicos, irrepetibles.
Hace pocos años se fueron Edmundo Hillary y Tenzing Norqay, los únicos a los que les permitiría tratar de tú a Armstrong. Ahora sólo quedan Aldrin, que siempre arrastró el estigma de eterno segundón, y Collins, el pobre que se quedó dando vueltas mientras sus compañeros daban sus saltos por esa "magnífica desolación".
Cuando el módulo lunar con Armstrong y Aldrin alunizó yo tenía nueve años y seguí la escena por la radio y mirando a la luna con unos prismáticos. Siempre pensé que los veía. Me pareció que estaba asistiendo a algo extraordinario.
He estado dos veces en Washington D.C. Y en ambas ocasiones he ido directo al Museo del Aire y el Espacio a tocar el pedacito de piedra lunar y a quedarme un rato delante de la cápsula en la que Armstrong, Aldrin y Collins amenizaron en el Pacífico. Para admirar el valor de los que son capaces de lanzarse hacia lo desconocido, arriesgándose con tal de adentrarnos a todos un poco más en el plus ultra, en lo que hay más allá de lo sabido.
Ahora Neil Armstrong está explorando lo que hay más allá del más allá. Siempre adelante.