Esto es lo que me pasó, y lo
que sentí, en dos vuelos diferentes, hace ya muchos años. Etiqueta del post:
“Batallitas del abuelo”.
Abril de 1994. Los últimos
meses de la etapa de Felipe González fueron una de las cumbres de la corrupción
política en España. Cada día aparecía una historia nueva (¿a qué me suena
esto?) y uno de los caso más sonados fue el de Luis Roldán que, como director general de la Guardia
Civil, cometió todo tipo de malversaciones, cohechos, estafas y fraudes
fiscales, de esos que normalmente persigue la Guardia Civil. Fue investigado y
descubierto. Esos días me encontraba justamente en el Caribe francés, donde
casualmente se le había encontrado una pequeña propiedad. En Saint Barth
intenté encontrar la finca que, decían, había adquirido gracias al dinero
obtenido en sus turbios negocios. A la vuelta hice escala en París y allí tomé
el vuelo a Madrid.
Me recuerdo caminando por el
pasillo de vuelta a mi asiento cuando, sin querer pararme, eché un vistazo al
periódico que estaba leyendo un pasajero. ¡Roldán se había fugado! ¡Había huido
al extranjero! Pocas veces en mi vida había sentido una vergüenza semejante a
causa de mis representantes políticos. Me dieron ganas de ir a hablar con el
comandante y decirle que volviéramos a Francia.
Octubre de 1998. Pinochet se
encontraba en Londres paseándose sin vergüenza por el mundo cuando el juez
Baltasar Garzón emitió una orden internacional de detención contra él. Esa
orden fue aceptada por el juez metropolitano de Londres, que procedió a su
arresto domiciliario. Esos días me encontraba justamente en Chile, y al
día siguiente del arresto volé desde Calama a Santiago. Viajaba con unos amigos
y, en un avión prácticamente vacío, nuestra presencia era evidente.
Me recuerdo caminando por el
pasillo de vuelta a mi asiento cuando otro pasajero se levantó del asiento y me
cortó el paso.
—¿Son españoles? —me
preguntó. Estaba clara la razón de esa pregunta pero no la reacción que tendría
mi respuesta. Le dije que sí.
Entonces se acercó y me dio
un fortísimo abrazo. Sólo dijo una palabra:
—Gracias.
Un rato después sirvieron la
comida. En ese momento me giré y vi que ese hombre me estaba mirando y sujetaba
su vaso de vino en la mano. Levanté el mío y brindamos con unas filas de
distancia.
Que grande ese abrazo! Me gustaría pensar que un día el abrazo lo vamos a dar nosotros porque nos han quitado a los crrruptos de encima porque visto lo visto los de aquí no van a poder hacer nada...
ResponderEliminarEsta batallita de abuelo aunq tenga de fondo la corrupción me ha emocionado por ese abrazo! Sincero y agradecido ¿Que mas se puede pedir?
ResponderEliminarEspero seguir leyendo estas batallitas con final feliz siempre
Saludos
Preciosa historia, Ángel... también recuerdo con añoranza el orgullo que sentí por ser española (y que conste que no soy nada pero que nacionalista) gracias a la actuación del juez Garzón en aquellos días. Que sea la gran víctima de los chorizos de la Gürtel y quienes les tapan las vergüenzas es demoledor e indecente.
ResponderEliminarGracias por la historia, maestro.
ResponderEliminarGenial historia... espero que sigas publicando muchas "batallitas de avuelo" que a algunos nos alegran un día gris. :)
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