Hay un momento —cuando tienes unos 15 años— en el que lees
un libro, de esos que parecen infantiles, con dibujos, pero te gusta. Y años
más tarde lo vuelves a leer, y entonces te gusta no sabes si más, pero de una
manera diferente.
Luego un día te fijas en el autor y empiezas a interesarte
por él, y descubres que además de escribir ese libro que parece infantil tiene
otros cuantos libros más, todos con nombres muy básicos pero que resultan emocionantes,
como Vuelo nocturno, Correo del Sur o Tierra de hombres. Y luego descubres que el escritor era piloto,
pero no de los aviones de ahora sino de los de antes, un pionero de la época
heroica de la aviación. Y te enteras de que existió la Aéropostale, una compañía que transportaba el correo desde Toulouse hasta Casablanca, y luego
hasta Saint Louis en el lejano Senegal, y que luego esos aviones saltaron el
Atlántico y llegaban a Buenos Aires y luego seguían hasta la Patagonia...
Y toda esta historia acaba siendo un hilo del que vas
tirando y en realidad no tiras de esa historia sino de tu imaginación y de tus
sueños y aunque luego se te olvida siempre hay algo que permanece latente en el
fondo de tus recuerdos y de tus ilusiones.
Y de vez en cuando intentas acercarte a la historia de este
escritor aviador llamado Antoine de Saint-Exupéry, el autor de El principito, aunque
sea de manera modesta, porque sabes que hay grandes aventuras que nunca podrás
llevar a cabo.
Por ejemplo, un día te enteras de que los aviadores del
Aéropostale —Mermoz, Saint-Exupéry y los demás— tenían su base de operaciones
en el hotel Le Grand Balcon de Toulouse, y que ese hotel todavía
existe, y que conservan tal cual la habitación —la nº 32— que solía ocupar,
dicen, el propio Saint-Exupéry. Y piensas que un día acabarás ocupando esa habitación,
aunque sólo sea por una noche, como una forma de recuperar esas ilusiones que se forjaron cuando tenías 15 años e ibas al colegio y empezabas con
esa manía de soñar con los viajes.
Un día, cuando has vuelto a olvidarte de todo lo anterior, encuentras
por casualidad que hay un pequeño concurso en internet y te animas a participar, por el gusto de ir jugando con las pistas que te van
ofreciendo, incluso sin saber cuál es el premio para el ganador porque no te lo
dicen. Tienes que descubrir a un personaje y el lugar en el que dormía.
Sigues las pistas que te van dando y acabas descubriendo que
la solución no es otra —¡qué casualidad!— que Antoine de Saint-Exupéry y la
habitación nº 32 del hotel Le Grand Balcon. Por esas casualidades de la vida tu
nombre es el que resulta agraciado en el sorteo entre todos los (muchos) que
han encontrado la respuesta.
Y resulta que el premio es pasar una noche en esa habitación,
justo la nº 32, la que te servía para soñar con los vuelos del Aéropostale, con
la travesía del Sahara, del Atlántico y de la Patagonia.
Acudes todo contento a recoger —a vivir— tu premio y en la
maleta llevas dos libros (de Saint-Exupéry evidentemente): El principito y otro que ha caído recientemente en tus manos, Piloto de guerra, y del que no habías
leído ni una línea.
Y por la tarde te sientas en el escritorio que hay en la
habitación nº 32, coges Piloto de guerra,
empiezas a leer y no te puedes creer lo que estás leyendo: “Estoy soñando, no
hay duda. Me hallo en el colegio. Tengo quince años. Acodado sobre el negro
escritorio…”.
Tienes que salir a tomar un poco de aire. Este sueño está
alcanzando un nivel demasiado alto de realidad. O la realidad un nivel
demasiado alto de sueño.
Así que coges la llave, de esas modernas con banda magnética
(a la habitación original se le ha añadido un cuarto de baño moderno y un
pasillo, por lo que la puerta no es la de hace 80 años) y sin querer la miras,
y lees lo que está escrito:
“Fait de ta vie un
rêve, et d’un rêve une réalité” (Haz de tu vida un sueño, y de un sueño una
realidad), una frase de Antoine de Saint-Exupéry.
Te apoyas en la pared, para recuperarte del calambrazo que
te ha recorrido de arriba abajo.
Hay que tener mucho cuidado con lo que se sueña, porque lo
mismo se hace realidad.
... y luego te enteras de que Saint-Exupery tiene un pico con su nombre aquí en la Patagonia. Y resulta que esta pasada noche he estado mirándolo desde cerca de mi carpa bajo las estrellas.
ResponderEliminarMuy evocadora su entrada, Ángel. Por cierto, que en ese concurso al que hace referencia yo también participé, adivinando (tal vez igual que Vd.) la respuesta en la primera pista. En la segunda pista nuestro querido Dr. Pérez uso una de mis fotos, que según recuerdo generó la primera conversación que tuvimos Vd. y yo.
Me duele todo de (no) dormir en el suelo y levantarme 80 veces para ver si las nubes dejan ver las estrellas sobre esos picos. Esta noche toca cama y mañana regreso de nuevo a soñar despierto en ese escenario.
Una maravilla de post, Ángel. Vuelven en el recuerdo las primeras lecturas del 'Petit prince'y de los tiempos heroicos, plenos de aventuras, de la aviación.
ResponderEliminarPrecioso el post. La vida al final siempre acaba por sorprenderte... yo me quedé hace mucho tiempo en ese hotel pero no en esa habitación pero también sentí entonces algo similar ;)
ResponderEliminarSaludos
Fantástico esta entrada. Enhorabuena por todo...ya sabes.
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