Casa-museo de Cavafis en Alejandría, Egipto. Foto: Ángel M. Bermejo (c) |
“Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras…”.*
Pocos poemas habrá con unos primeros versos más sugestivos.
Hubo un tiempo —hace ya de ello más de lo que quisiera
pensar— en que la poesía de Constandinos Cavafis era mucho más conocida que en la actualidad. Parecía que todo el mundo leía sus
poemas.
Eran los tiempos de mis primeros viajes, y por eso un poema
como Ítaca (1911)
me atraía de manera especial. Era, y es, muy conocido.
Con el tiempo, leyendo los poemas de Cavafis me fui adentrando
en un mundo extraño, misterioso y fascinante. Muchos de los poemas de Cavafis
estaban ambientados, al menos formalmente, en ese mundo helenístico y bizantino
que se extendió por las orillas orientales del Mediterráneo y por Oriente
Medio. Las tierras del Levante y más allá.
Por tanto, leer a Cavafis era viajar a Osroene, a Antioquía,
a Susa, a Sidón. Leer a Cavafis era seguir la pista de los seleúcidas, de
Miguel Comneno, de la tumba de Lanis. O de Antíoco, rey de Comagene.
En realidad no sabía —ni me importaba realmente— si esos
personajes habían existido o no, si habían sido importantes en su tiempo.
Casa-museo de Cavafis en Alejandría, Egipto. Foto: Ángel M. Bermejo (c) |
Viajar hace 30 años por Oriente Medio era un poco diferente
a como es en la actualidad. En Petra vivían los beduinos en las cuevas y te
invitaban a comer y a pasar la noche con ellos, y tenías una visión de la vida
de las familias, una vida que parecía no haber cambiado en siglos. En Bosra
encontrabas los restos de antiguas civilizaciones y parecía que eras el primero
en llegar allí. No había carretera que llegara a Nemrut Dag, y el lugar estaba
olvidado, ajeno al mundo, y podías acampar entre las cabezas de los dioses y
ver amanecer desde lo alto de la montaña.
Todo esto lo cuento porque, aunque fuera mentira, llegar a
esos lugares me hacía soñar con un mundo antiguo que todavía estaba vivo, que
apenas había cambiado en mucho tiempo. Resulta que, subiendo por un camino
hacia Nemrut Dag, encontrabas una estela y allí estaba Antíoco I, rey de
Comagene, al que había conocido en un poema de Cavafis. Y de repente sus poemas
cobraban una vida insospechada.
Como Cavafis era muy leído en todo el mundo, no era raro que
acabaras hablando sobre él con alguien con el que compartías un tramo del
viaje. Ahora me acuerdo de Jonás, un sueco con el que viajé por Nicaragua y
Costa Rica. Tomamos unas habitaciones en San José y nos quedamos hablando de
Cavafis (cosas que pasan). En un momento nos asomamos al balcón y recordamos un
poema en el que el autor/actor hace lo mismo: melancólicamente sale al balcón
para distraer sus pensamientos mirando el movimiento de la calle.
Porque además de los poemas ambientados en el mundo
helenístico y bizantino también hay otros en los que se vive la Alejandría de
principios del siglo XX,. Poemas en los que se palpa la vida de los cafés, de
las tiendas, de las calles, de los burdeles. El Cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell, por cuyas páginas sobrevuela el espíritu de Cavafis (el
Viejo Poeta), dio forma a esta ciudad de la Memoria y echó más leña al fuego:
había que ir a Alejandría.
A Alejandría, la ciudad de la memoria, la ciudad del olvido,
la ciudad cosmopolita en la que convivían gentes de todo el Mediterráneo y de
todo el Levante. Cavafis era un griego de Alejandría, pero también en esos
tiempos también había armenios, judíos, albaneses, franceses, malteses,
italianos, y por supuesto ingleses y otomanos.
A esa ciudad en la que Cavafis vivía también se añadía la
Alejandría de la antigüedad, la de Cleopatra: la Alejandría humanista del
helenismo, no la clásica.
Ambas Alejandría parecían vivir en un mundo ajeno a la
tristeza, empeñadas en la búsqueda del placer.
Así que, en un momento, hubo que ir a Alejandría, a buscar
la casa de la rue Lepsius donde el
viejo poeta había visto “las oscuras ruinas de su vida”.
La casa de Cavafis es un modesto apartamento —que hasta
hace pocos años funcionó como pensión— en el que se quiere revivir el tiempo
del poeta. Sus libros, algunos muebles de la época, algunos grabados. Poco más.
Casa-museo de Cavafis en Alejandría, Egipto. Foto: Ángel M. Bermejo (c) |
Pero las casas de los poetas tienen algo. Se siente algo
cuando subes los mismos tramos de escalera que otra persona en la que piensas
ahora subió durante muchos años, hace muchos años. Es una sensación que no
todos sienten, pero no por ello deja de ser importante.
Así que subí la escalera y entré en el apartamento. Y
recorrí las habitaciones.
Casa-museo de Cavafis en Alejandría, Egipto. Foto: Ángel M. Bermejo (c) |
Y claro, no pude resistirme, y melancólicamente salí al
balcón, salí para fijar mis pensamientos mirando el movimiento de la calle.
Sí, el camino a esta Ítaca había sido largo y lleno de
aventuras.
P.D. Hoy, 29 de abril, se cumplen 150 años del nacimiento de Cavafis y 80 de su muerte. Tocaba recordarle.
* Poema traducido por Pedro Bádenas de la Peña, Alianza Editorial, 1982.
P.D. Hoy, 29 de abril, se cumplen 150 años del nacimiento de Cavafis y 80 de su muerte. Tocaba recordarle.
* Poema traducido por Pedro Bádenas de la Peña, Alianza Editorial, 1982.
Precioso texto, Ángel.
ResponderEliminarEl mítico "Ítaca" se tatúa en el alma de los viajeros cuando lo leemos por primera vez, y que hayas tenido la suerte de seguir los pasos del autor así es una suerte y una delicia para los que hoy podemos disfrutar de un articulo como éste.
¡Un abrazo! Espero que estés muy bien.
Un texto precioso Ángel. Todo un viaje hacia la melancolía. Gracias
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