Lo escribió Federico García Lorca:
“Sobre caballitos
disfrazados de panteras
los niños se comen la luna
como si fuera una cereza.”
Hay algo de regreso a
la infancia cuando te subes a un árbol con frutas maduras, te aseguras bien en
una rama y empiezas a comer. Que recuerde me ha pasado sólo con dos tipos
de árboles: morales y cerezos.
He tenido ocasión de revivir esta ilusión hace pocos días en
el Valle del Jerte adonde acudí para la celebración de la Cerecera. La temporada de recolección de la cereza se extiende entre las últimas
semanas de la primavera y las primeras del verano. Es uno de los momentos de
mayor actividad en el valle y alrededor de este importante hecho que aquí tiene
dimensiones económicas pero también sociales y culturales se organizan muchas
actividades que pueden ser de interés para el visitante, desde visitas a las cooperativas a jornadas gastronómicas.
Ya sé que visitar una cooperativa no es lo primero en lo que
uno piensa cuando va de turismo a cualquier sitio. Pero es una manera rápida de
aprender sobre la realidad de un lugar. Sobre todo en un valle como éste, lleno
de pequeños propietarios que producen un producto perecedero que necesita una
distribución muy rápida y eficaz.
Creo que siempre se ha considerado a la cereza como una
fruta que se consume tal cual y que, como mucho, podía tener productos
derivados como licores, confituras y poco más.
Pero en los últimos años se están buscando nuevos usos a las
cerezas. Los dos que más me han atraído son su uso en tratamientos de salud y
belleza y, por supuesto, su salto a la gastronomía como ingrediente de
cualquier plato.
En el spa del hotel Balneario se aprovechan las agua mineromedicinales que surgen en un paraje del término de
Valdastilla y que tienen fama desde hace mucho tiempo. Pero no hay nada como
terminar un circuito por las instalaciones del balneario con un masaje con
geles y aceites que incorporan la cereza entre sus ingredientes y así
aprovechan sus propiedades (hierro, vitaminas, flavonoides, etc.). Tuve ocasión
de probarlo y fue una experiencia muy muy satisfactoria.
Fue muy curioso descubrir en algunos de los restaurantes que
participan en las jornadas gastronómicas cómo, en los últimos ocho o diez años,
la gente le ha perdido el miedo a utilizar la cereza en la cocina.
Debieron de
empezar con el gazpacho y el salmorejo sustituyendo un poco de tomate con
cerezas hasta suprimir el tomate totalmente. Una vez dado ese paso ahora ya no
les tiembla el pulso y le ponen cerezas al arroz, al pescado, a la carne, hacen
sorbetes, helados, emulsiones, salsas, vinagretas, mousses, cremas, crujientes,
confituras, mermeladas, sopas, jugos, chutneis y un largo largo etcétera.
Los que quieran seguir comiéndolas una a una, como toda la vida, también pueden.
Y para terminar recuerdo una canción del extremeño Pablo
Guerrero, Dulce muchacha triste, que también utiliza literariamente a la cereza, en este caso del Jerte.