Toque de ánimas en Tornavacas

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 Durante siglos, la vida de las comunidades ha estado marcada por los toques de las campanas. Están los que dividen el día —maitines, ángelus, vísperas, etc. o, en un mundo desacralizado, por horas exactas—, los que dan noticias o alarmas —toque de fiesta, de muerte, de fuego…— o los que llaman a misa.

Un toque muy peculiar es el de ánimas: nos recuerdan a nuestros difuntos. Este toque se suele hacer en ese momento del final del crepúsculo vespertino, cuando casi es de noche pero todavía hay un resto de luz en el aire.

En otros tiempos, cuando no había iluminación, era el momento definitivo de retirarse a casa. Daba igual que fueran las 6 o las 10, siempre ha sido el momento límite que los padres dan a los hijos de ciertas edades para estar en la calle.

Nuestra vida en las ciudades está alejada de las campanas, pero durante muchos siglos han marcado la de la gente (aquí y en China). Pero no hay que irse muy lejos para encontrar que este modo de marcar el tiempo, sus obligaciones y alegrías, sigue existiendo en muchos pueblos.

El toque de ánimas antes mencionado se suele hacer con la mayor campana de la iglesia. Pero también se puede hacer con una esquila o una campana pequeña mientras se recorren las calles. Es conocido el caso de las mozas de ánimas, un grupo de mujeres de La Alberca (Salamanca) lo hacen tañendo una esquila mientras murmuran una salmodia.

La Alberca se lleva la fama y parece que es el único lugar de España que mantiene esta tradición. Hace poco fui al Valle del Jerte a vivir todo lo que pudiera relacionado con la cereza  y encontré que esta costumbre también se conserva en Tornavacas.

Los viajes tienen, o deberían tener, espacio para lo inesperado. Incluso en los más organizados. No es sólo una cuestión de tiempo, que también, sino de actitud: dejar que lo que haya a tu alrededor te sorprenda, te diga algo. En las dos noches que pasé en Tornavacas dediqué un rato a sentir esta tradición. La primera lo hice asomado al balcón de mi habitación, esperando ese momento en que el sonido de la esquila apareciera suavemente desde la distancia y se fuera haciendo más fuerte y acabara viendo a la mujer que la hace sonar pasando por debajo de mi balcón (tenía la habitación perfecta para ello, esa suerte tuve). La otra noche esperé en el puente a que pasara y luego la seguí un trecho. En esta ocasión era otra mujer la que lo hacía y era acompañada por otra más experta que le daba instrucciones.

Se podrá pensar lo que se quiera de esta tradición, pero me ofrecieron los momentos más tranquilizadores y emocionantes de esos días en el Valle del Jerte.

Pudimos hacer un vídeo sobre esta tradición. Está mejor que las fotos.