lunes, 4 de noviembre de 2013

Viajero al curry, de Luis Mazarrasa



Foto: Luis Mazarrasa (c)


            India es, para la mayoría de los viajeros, una apuesta de todo o nada. Aquí no valen medias tintas: o te entra en el corazón o te espanta. La segunda opción te hace querer salir huyendo y no volver nunca más; la primera no significa simplemente que te guste todo lo que ves, porque eso no es posible. Que te entre en el corazón significa que empiezas una relación en la que participan a la vez el amor y el odio, de la que muchas veces quieres salir pero a la que acabas volviendo. Es una fascinación en la que sabes que eres engañado, un encanto que en ocasiones es exasperante, un cabreo que se te va con ese balanceo suave de la cabeza de un niño que quiere decir sí.

sábado, 2 de noviembre de 2013

Desde arriba hay buena vista

Cementerio en los Andes, noroeste Argentina. Foto: Ángel M. Bermejo (c)



Estábamos en el noroeste de Argentina. Esa mañana salimos de Salta y emprendimos el camino hacia las alturas de los Andes. Seguíamos el mismo camino del Tren a las Nubes y en un momento paramos porque habíamos visto un cementerio a poca distancia. Bajamos e intentamos llegar a él, pero se encontraba al otro lado de un río. No pudimos acercarnos más. Desde la distancia me pareció un cementerio de nacimiento

Seguimos ascendiendo hacia las nubes. Pasamos por San Antonio de los Cobres y entramos en la provincia de Jujuy. Toda esta zona es de una inmensa vastedad, donde el horizonte es lejano bajo un cielo que puede herir con su brillo. Íbamos en busca de un salar, de un mar de sal en las soledades de las montañas.

Y, en el camino, donde no había nada, apareció otro cementerio coronando una loma. A una cierta distancia, al pie de otra loma, se distinguía un pueblecito: una iglesia blanca y unas pocas casas.

En este lugar en el que sobraba el espacio, donde das la vuelta para mirar a tu alrededor y te parece que giras mucho más de 360 grados, donde todo está vacío, allí estaban las tumbas arracimadas. Sobraba sitio hasta en el propio cementerio. Pero parecía que los muertos querían estar todos en un buen lugar, arriba del todo, cerca del cielo. Con buena vista.

Georges Brassens decía en una canción que quería ser enterrado en la playa de Sête porque así tendría la sensación de pasar la muerte de vacaciones. Aquí, en el cementerio de esta aldea de los Andes argentinos, una aldea de la que nunca supe el nombre, todos querían pasar la muerte asomados a un paisaje de una belleza que encoge el corazón. Un lugar en el que el Sol te hace lagrimear. Hace frío, y entonces sientes las lágrimas calientes. Es el calor de tus difuntos a los que recuerdas.