Muchos
años después, en un avión que me llevaba a Cartagena de Indias,
había de recordar aquella tarde remota en que me sumergí por primera vez en las
páginas de Cien años de
soledad.
Fue el 3
de agosto de 1979 y lo compré en la calle Libreros de Madrid, al
lado de la Gran Vía. Lo sé porque en esa época, cuando compraba un
libro, apuntaba en él la fecha, la librería y el precio. 160
pesetas me costó, casi un euro.
Muchos
años después, frente a la estantería de casa, elegí un libro para
llevarme de viaje a Colombia. No podía ser otro que Cien años de
soledad. Este viaje era la ocasión perfecta para adentrarme de
nuevo en el mundo de Macondo. De hecho quería recorrer la costa
caribeña de Colombia y llegar a Aracataca, el lugar de nacimiento de García Márquez.
Así que
cogí el libro, lo acaricié durante unos pocos segundos, lo metí en
la bolsa de viaje y me fui al aeropuerto. Unas horas después, en el
avión, lo saqué y empecé a leer el libro de nuevo.
Pero
mientras yo volaba a Colombia mi pensamiento lo hacía hacia esa
tarde remota en que compré el libro. Ese momento en que salí de la librería,
bajé por la Gran Vía hasta la plaza de España, me senté en un
banco y empecé a leer: “Muchos años después, frente al pelotón
de fusilamiento...”. Yo era entonces un muchacho de 20 años y mi
vida era un “río de aguas diáfanas que se precipitaban por un
lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos
prehistóricos” sin saber adónde iban a llegar. Mi “mundo era
tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre” y de sentido. Y
estaba todavía en la tarea de dejar de señalarlas con el dedo, como hacen
los niños pequeños. Cien años de soledad fue uno de esos
pocos libros definitivos con los que te cruzas en la vida.
Y
entonces, sentado en el avión que me acercaba a Macondo, me di cuenta. En la página que hay frente a la del comienzo
del texto —en la que viene lo del ISBN, el depósito legal y todo
eso—, en la que había anotado los datos de la compra, vi la fecha:
3 de agosto de 1979. Y lo estaba leyendo el 3 de agosto de 2004.
Pues eso.
Muchos años después, en un avión que me llevaba a Cartagena de
Indias, había de recordar aquella tarde remota en que me sumergí por primera vez en
las páginas de Cien años de soledad. Veinticinco años
exactamente. Ni un día más, ni uno menos.